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Testigos


Hay días en que los medios abren la espita de sus mejores esencias, no importa que sea a costa de hacer leña del desgraciado a cuyo lado se ahogó una niña o fue golpeada una emigrante o se cometió cualquier atropello mientras él silbaba distraído. Para su infortunio, la cámara estaba ahí, la misma que no intervino sino para contarnos la triste historia de su cobardía: «¡Este es el desalmado que cerró los ojos!».

Gracias a la infeliz coincidencia del desgraciado con la escena del crimen, los medios pasan por virtuosos y el público encuentra un cristiano motivo para sentir el decoro que no tuvo el testigo.

La sociedad respira gracias a ese Cristo sorprendido en medio de un calvario que no quiso o pudo obrar el milagro, pero, aunque no salgamos en la foto, los tantos inocentes indignados también estuvimos presentes en aquella playa de la indiferencia y cerramos los ojos en el vagón del metro o cambiamos de acera ante cualquiera de las tantas canalladas que se cometen en nuestro nombre y, a veces, también con nuestros votos. Vivimos rodeados de guerras que consentimos, de robos que toleramos, de atropellos que aceptamos, de crímenes que bendecimos. Si no salimos en la foto se debe a la brevedad del plano.

(Preso politikoak aske)