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Tiempo recobrado


Hay buenas novelas sencillas y buenas novelas complejas. Y hay muchísimas malas novelas simplonas y, lo que es peor, pretenciosas, que son desgraciadamente las que más leemos. Pocos retos tan estimulantes y placenteros como la lectura de una novela compleja -que no difícil-, y para ello solo necesitamos liberarnos de prejuicios extendidos y dejarnos guiar por la sensibilidad y la emoción. Eso sí, la lectura es un acto de concentración y de intimidad, bienes hoy muy escasos. A cambio ensanchamos nuestra percepción de la realidad y obtenemos placer y conocimiento. Leer deja de ser un ocioso pasatiempo y se convierte en una herramienta que detiene el tiempo.

Hace un siglo murió Marcel Proust; tenía 51 años y los últimos los pasó postrado en cama a causa del asma, escribiendo sin pausa para terminar su gran obra antes de que la muerte llegara. Murió en noviembre de 1922, unos meses antes había puesto el punto final a “En busca del tiempo perdido”. Los dos últimos de los siete libros que lo componen se publicaron póstumamente; el último se titula “El tiempo recobrado”. “Por el camino de Swann”, el primero, se publicó en 1913. Su primer traductor al castellano fue Pedro Salinas, que tradujo los dos primeros, trabajo que completó Consuelo Berges; hay también traducciones, espléndidas, de Carlos Manzano y de Mauro Armiño, y la última de María Teresa Gallego. Han afrontado el reto que supone la fascinante y frondosa sintaxis de Proust, que tantos han calificado de difícil alejando así de los lectores una de las más gozosas obras de la literatura universal.