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El fin de la intimidad


Los seres humanos somos una especie colaborativa, cooperamos en proyectos a gran escala y la palabra ha sido el modo de ser la especie alfa para ‘‘dominar’’ el mundo. Por eso, cuando la comunicación falla, se vislumbra una falla. Dicen algunos neurocientíficos que en los próximos veinte o treinta años conectaremos nuestro cerebro a internet (¿existirá esta publicación o seremos ya arqueología de la comunicación?). Dicen que se acabará el reino de la palabra y nos comunicaremos rápido, sin esfuerzo, y que esto cambiará nuestro modo de vida de forma radical. Microchips implantados en nuestros cerebros se conectarán a un internet ultra rápido consiguiendo zuna comunicación de cerebro a cerebro. Abriremos nuestros cerebros a otros y será el fin de la intimidad que conocemos. A esto le vienen llamando inteligencia de enjambre, una inteligencia diversa para «trabajar en resolver problemas en grupo». Sin embargo, las identidades se borrarán.

Para Rafael Yuste, neurocientífico, «es terrible haber normalizado el abuso a la privacidad» y por eso trabaja en la legislación de los neuroderechos, en el proyecto BRAIN. La vigilancia, la inteligencia artificial, el metaverso, las redes sociales o los juegos virtuales son parte de esta ensalada. La idea es definir derechos humanos nuevos, adelantarnos ante esta urgencia. Es necesario redefinir los derechos humanos, empezando por el derecho a la privacidad mental, cuestión que ha dejado de ser ciencia ficción.