Albert NAYA MERCADAL

Erdogan saca partido hasta de los miles de desertores rusos en Turquía

La ciudad de Estambul acoge a miles de rusos que han huido de su país desde que se desató la guerra en Ucrania. El éxodo se ha agudizado desde que el presidente ruso, Vladimir Putin, llamó a la movilización parcial.

A la izquierda, Yuri contempla el Bósforo desde el barrio de Kadikoy. Abajo, Igor, el joven ruso que cruzó la frontera ruso-finlandesa en bicicleta.
A la izquierda, Yuri contempla el Bósforo desde el barrio de Kadikoy. Abajo, Igor, el joven ruso que cruzó la frontera ruso-finlandesa en bicicleta. (Albert NAYA MERCADAL)

Van llegando escalonadamente, en silencio y como pidiendo perdón. Una culpa que nuestro testigo, Yuri, rechaza. Miles de rusos están en su misma situación, la de los exiliados que se largan de su país por la guerra que el presidente ruso, Vladimir Putin, ha desatado en Ucrania.

Yuri asegura que ha sido un estudiante brillante: fue a tres colegios, estudió Económicas y siempre estuvo becado, trabajó en una consultoría tecnológica y estudió un máster en Países Bajos. Toda una vida por delante. «Acababa de reformar entero mi bonito piso, con unos altavoces perfectos y un proyector para ver películas», explica este ya no tan joven de 38 años, que tuvo que irse de la zona de confort que había diseñado para su vida.

«No tengo ninguna historia que contarte porque soy un simple ciudadano ruso que ha huido», asegura. Y también admite que nunca se postuló para trabajar en Europa, que Moscú era un buen lugar para él y que, a diferencia de todo su círculo de amistades, él nunca había querido marcharse.

«En el verano de 2013, al volver de Holanda, hubo elecciones a la Alcaldía. Se respiraba un aire de esperanza», afirma. Fue cuando Alexei Navalny se presentó para intentar ganarle el pulso al partido del Kremlin, sin éxito. Yuri fue uno de esos voluntarios que se despertaban a las seis de la mañana para participar en la campaña, de forma voluntaria, y se iba a dormir cuando el cuerpo ya no daba más de sí. La historia, todos la sabemos: Putin sigue en el poder y Navalny purga su osadía en prisión temeroso de un empacho de Novichok.

La decisión de Yuri de dar el paso de salir de Rusia le costó 2.500 euros en un solo click. Un vuelo charter -las compañías no daban abasto- de Moscú a Bodrum, ciudad al sur de Turquía, donde le aguardaba una habitación en un piso por donde cada semana pasaban varias personas en su misma situación. «En el vuelo conté un par de niños y una mujer, los otros 200 éramos hombres», explica sobre ese viaje que no tuvo valor de hacer sin media docena de whiskies en el estómago.

Sin embargo, repite continuamente que él por lo menos pudo hacerlo. «Otros no pueden pagárselo o, directamente, no quieren», lamenta. No les culpa: «Los de la Z -quienes apoyan la guerra- son gente sin información, que se comen la propaganda del Gobierno y que no tienen otra forma de informarse». La conexión aérea entre Turquía y Rusia llegó a ser hace semanas de entre 120 y 130 vuelos diarios.

HUIDA A PEDALES

En el mismo barrio de Estambul, ahora plagado de rusos y ucranianos que han puesto patas arriba el mercado inmobiliario, también vive Igor. Este chico, técnico químico que lleva la bohemia en la sangre, nunca quiso ser soldado. Huyó del país hasta dos veces: la primera, en dirección a Georgia, pero volvió para estar con su abuela en sus últimos días; la segunda, a Finlandia. Y esta fue la verdadera, la huida desesperada para no tomar un fusil cuando Putin llamó a una movilización parcial, el 21 de septiembre, y miles de jóvenes -y no tan jóvenes- se veían verdaderamente envueltos en los tentáculos de una guerra que no comprenden.

«Llamé a mi madre -explica- para evaluar la situación y ella me confirmó que 30 hombres que habían trabajado en la misma empresa que mi padre habían sido reclutados». Y dejó pasar ese fin de semana, a modo de despedida, para después subirse a su bicicleta dominguera y pedalear los más de 300 kilómetros que separan San Petersburgo de Helsinki. También se considera afortunado: «Por suerte, aún dispongo de visa Schengen», por lo que pudo saltar de país en país hasta llegar a Estambul, donde no quiere asentarse definitivamente, aunque sabe que se va a quedar un tiempo.

Él no ha recibido, de momento, ninguna carta de movilización, pero asegura que los buzones de su círculo de amigos están llenos. Confirma que los varones de zonas rurales son más propensos a ser reclutados que los que viven en las grandes ciudades, una lotería macabra que toca al azar, pero suele hacerlo -sostiene- entre las clases sociales más bajas. «Los del pueblo no tienen tanta información y son más obedientes que los que viven en la ciudad», dice. Allí, es otro cantar. «Las calles de San Petersburgo están vacías, no queda nadie», afirma.

OPOSITORES

Eva Rapoport, de la asociación Kovcheg, obra del magnate opositor Mijaíl Jodorkovski, se dedica a acoger en Estambul a los disidentes que no pueden pagarse un alojamiento o han tenido que huir. La agrupación donde trabaja tiene pisos en Estambul, Erevan (Armenia) y Kazajistán, y también da apoyo legal a quienes solicitan un visado humanitario o asilo político. Según señala, durante los primeros días de la guerra hubo muchas llegadas de rusos que no estaban de acuerdo con la guerra o eran perseguidos por protestar, pero con la movilización parcial hubo un salto cualitativo.

«Ahora, cualquier hombre ruso de entre 18 y 60 años puede ser reclutado; por lo tanto, gente que antes incluso apoyaba lo que la propaganda estatal les decía, ahora ya no lo tienen tan claro», explica. Asegura que se han visto rusos que lucían la Z mientras cruzaban la frontera. «Yo creo que merecen algún tipo de ayuda, porque repetir la propaganda oficial no puede ser una ofensa punible con la muerte. Ser enviado a la guerra es una muerte muy probable, así que cualquier persona que busque huir debería recibir alguna ayuda para salir de Rusia. Cuanto más fracase la movilización, mejor será para el mundo», subraya.

Pero la Unión Europea (UE) ha cerrado sus fronteras y deniega visados de turista a los rusos que quieren marcharse. Países como Georgia, Armenia o Turquía están entre los destinos para quienes pueden escapar.

TURQUÍA SACA PARTIDO

Nada que acometa el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, sale gratis. Por su papel mediador, Ankara ha sido elogiada por la comunidad internacional. La actividad diplomática de Turquía durante estos casi nueve meses desde el comiendo de la guerra ha pasado de los primeros intentos por limar asperezas -como el encuentro de marzo en Antalya- al acuerdo para desbloquear el grano de los puertos ucranianos.

En vísperas de unas elecciones generales en las que Erdogan se lo juega todo a una carta, la situación económica y social en el país es un hervidero. Incluso el diario “Le Monde”, azote de Erdogan, ha elogiado los movimientos diplomáticos turcos para diluir los efectos de la guerra. Por ello, los analistas también leen parte de los esfuerzos que realiza el presidente islamista en clave interna, puesto que el acuerdo del grano no solamente beneficia a las naciones más necesitadas y al mundo entero, también lo hace a una Turquía en la que la inflación se come los sueños de sus contribuyentes.

El papel de mediador y la negativa por parte del Gobierno de Ankara de sancionar a Rusia también le está haciendo más indispensable para el Kremlin: ahora ya hablan de montar un hub gasístico que pueda sustituir al Nord Stream, por no hablar de la construcción de una segunda planta nuclear pagada por Moscú. Porque Erdogan también es consciente de que el precio del gas y de la electricidad influyen en el voto. De paso, el interlocutor ruso ejerce de sheriff en ciertas zonas del norte de Siria sobre las que el mandatario turco descargaría mañana mismo una lluvia de misiles para expulsar a los kurdos. Eso daría a su figura, que se encuentra en horas bajas, esa dosis de patriotismo-siempre bien recibida- y más espacio para devolver a millones de refugiados sirios a un país que sigue en guerra.

Porque Turquía, sumida en una marea xenófoba fomentada por partidos políticos y alimentada por los medios de comunicación, acoge a cuatro millones de refugiados y ahora debe añadir al carro a decenas de miles de rusos y ucranianos. Según datos del Gobierno turco, entre febrero y septiembre, los rusos han realizado entre 45.000 y 50.000 solicitudes de residencia en Turquía.

TODO VUELVE

Yuri sabe que la historia se repite. Cita la guerra civil rusa, cuando hace un siglo miles de personas huyeron del país y muchos se instalaron en la mismísima ciudad de Estambul. Uno de sus refugiados más famosos, Leon Trotsky, quien huyó más tarde de la purga de Stalin, se refugió en la isla de Büyükada, desde donde podía contemplar, precisamente, el barrio de Kadikoy, donde Yuri y sus compatriotas residen ahora. «¿Por qué la historia debe repetirse cada cien años?», se pregunta este ruso.

En una jam session que tiene lugar en un popular club del barrio, varios músicos van sumándose paulatinamente al escenario. Suena una guitarra y un compás más tarde se le añade una batería. Le sigue un bajo que ya mira hacia un extremo para divisar un saxo que lentamente va subiendo el tono. El piano se empieza a entremezclar con los acordes de otra guitarra, esta vez eléctrica. Y así hasta contar quince instrumentos. «¡Y con todos ustedes, Sergei a la batería!», dice el maestro de ceremonias entre los aplausos de los presentes. «¡Nastia al bajo!», más aplausos. «¡Igor al piano!», este tiene varios amigos entre el público. «Todos ellos son rusos, pero no se conocían de nada», explica Yuri, consciente de que el destino hace coincidir a varios músicos en un escenario situado a miles de kilómetros de sus casas a ritmo de jazz y él puede olvidarse por unos instantes de que lo mejor habría sido que ese grupo musical nunca hubiera tenido que reunirse.