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CRÍTICA «GOLIATH»

La lucha desigual contra las grandes corporaciones


Uno de los realizadores y guionistas francófonos más volcado en el cine social es Frédéric Tellier, que en “El caso sk1” (2014) abordó las lacras criminales y su persecución policial, para con “Salvar o morir” (2018) fijarse en el cuerpo de bomberos y su arriesgada labor, y que pronto tendrá terminado su biopic “Les onze vies de L’ Abbé Pierre” (2023), sobre la figura solidaria de Henri Grouès. No cabe duda de que en todas sus películas trata temas de alcance, pero posiblemente vaya más lejos con su obra de denuncia mediomabiental “Goliath” (2022), inspirada en el caso Monsanto, de la misma forma que Todd Haynes se basó para “Dark Waters” (2019) en el caso DuPont. Ambos son muy parecidos en la medida en que recrean la desigual batalla legal y política contra las grandes corporaciones químicas, a través de defensores que representan las demandas de las asociaciones de víctimas.

La dramatización del contencioso sigue una estructura triangular que va de las familias de los afectados a la ejecutiva de la empresa demandada, pasando por el abogado que ha de enfrentarse al Goliat del título en los tribunales de justicia. Emmanuelle Bercot es la activista que ha perdido a su marido por culpa del pesticida cancerígeno, Pierre Niney es el directivo de la multinacional rebautizada en la ficción como Phytonasis y, por último, Gilles Lellouch ejerce de letrado sometido a la presión y chantajes económicos del poderoso e influyente lobby farmacéutico.

La realidad que se revela en medio de la batalla judicial es la de la pérdida de vidas humanas en el sector agrario por culpa de la fumigación de los campos de cultivo con productos tóxicos como la tetrazina, causante de enfermedades mortales y malformaciones. Y todo ello con la connivencia de la Unión Europea y el resto de autoridades.