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EDITORIALA

Corrupción en el Mundial y el sentido de una pasión


En plena celebración de las semifinales y a días de la final del Mundial, Qatar ha logrado abrirse paso en el Parlamento Europeo. La implicación de la vicepresidenta griega de la Eurocámara, Eva Kaili, en la trama de sobornos orquestada por los jeques qataríes ha supuesto un importante escándalo en la institución europea. Con el ruido mediático que ha rodeado a los derechos humanos, las muertes de los trabajadores, el lavado de imagen y demás, es fácil olvidar de qué se trata realmente Qatar 2022, la base fundacional de este festival mundial: la corrupción. Pero no solo en esta edición: pagar a golpe de talonario para ganar votos e influencia, para proyectar una cara amable, un país solvente y funcional se ha normalizado, convirtiéndolo en una cultura de la impunidad. Como siempre, solo cambian los jugadores.

El fútbol es un enorme negocio, una gigantesca máquina de lavar dinero sucio. La corrupción endémica sacude a la FIFA. ¿Qué ha salido mal? En realidad, nada: el deporte moderno siempre ha sido por dinero. Surgió hace más de 300 años como parte de la creciente industria del ocio comercial de la economía capitalista emergente de Gran Bretaña. Dicho eso, hay que destacar también que el juego es un elemento de la cultura popular y una potente herramienta para descifrar los procesos sociales. Se juega en un campo donde, además de rodar el balón, se libra una batalla de ideas y de intereses frente a jeques, oligarcas y grandes inversores que se quieren apropiar del sentido del fútbol.

Rueda la pelota en Qatar y miles de millones han entrado en un mundo diferente, vibrante, único, para muchos maravillosamente idiota, proclive a la catarsis. Por otro lado, hay también algo muy interesante: la esperanza constantemente renovada, tener que levantarse después de las derrotas y asimilar el perder, porque se aprende a vivir con el fracaso. El fútbol es una forma de entretenimiento única y convincente, un melodrama sin guion que permite experimentar torrentes emocionales que son raros en la vida cotidiana. La corrupción de los que dirigen el negocio no debe servir como latiguillo para descalificar esa pasión popular.