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La infancia se lleva la peor parte de los males del mundo, hagamos que su voz sea escuchada


Hace poco más de un año, Asaad, un niño de doce años, disfrutaba en Sudán de poder ir de nuevo a la escuela y jugar con sus amigos y amigas, tras meses de incertidumbre provocada por la pandemia de covid-19. Pero no tardó mucho en llegar la siguiente crisis. Fuertes lluvias e inundaciones extremas arrasaron su casa y anegaron su barrio, obligando a su familia y a muchas otras a huir.

Asaad, que ahora tiene trece años, es uno de los diez millones de niñas y niños desplazados en el mundo como consecuencia del cambio climático. Él y su familia acabaron en Egipto, y tuve el honor de conocerle junto a otros niños, niñas y adolescentes inspiradores a los que Save the Children ayudó a asistir a la COP27 en Sharm el-Sheikh el mes pasado. Su historia muestra de primera mano cómo la crisis climática es una crisis de los derechos de la infancia, y habló de forma tan impresionante sobre la necesidad de que los líderes tengan en cuenta los derechos de la infancia en su toma de decisiones, algo que se acordó en la COP de este año por primera vez en la historia.

Como muchos de los niños y niñas que conozco, la experiencia de Asaad, su valentía y determinación para impulsar el cambio me recordaron por qué empecé a hacer campaña por los derechos de la infancia socialmente excluida cuando era joven. Hija de madre sueca y padre asiático, crecí en una zona de Suecia de mayoría inmigrante, donde nuestros derechos y reivindicaciones a menudo se ignoraban. Asaad me recordó por qué en Save the Children hacemos el trabajo que hacemos.

2023 marca el ecuador de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) acordados en Nueva York hace siete años. Este momento parece propicio para reflexionar sobre dónde estamos.

Las niñas, niños y adolescentes siguen soportando la peor parte de los males del mundo, a los que no han contribuido en absoluto. El mundo dio un paso adelante tras la pandemia del covid-19 y sus secuelas, que supusieron una recesión económica sin precedentes y el retroceso de los avances históricos en sanidad y educación, sólo para lanzarnos a la peor crisis mundial del coste de la vida en una generación.

Niñas y niños deberían haber salido del estrés de la pandemia con una red de seguridad que les ayudara a sobrevivir, aprender y estar protegidos. En cambio, nos dicen que no pueden ir a la escuela, jugar con sus amigas y amigos o comer lo suficiente para seguir adelante. En una encuesta pionera que realizamos a principios de este año entre más de 54.000 chicos y chicas, el 83% de los niños, niñas y adolescentes de 15 países afirmaron que ven que la crisis climática o la desigualdad, o ambas, afectan a su entorno, mientras que el 73% creen que las personas adultas deberían hacer más para abordar estos problemas. Los datos recogidos para el mismo informe muestran que un tercio de los niños y niñas del mundo -unos 774 millones- viven con el doble impacto de la pobreza y el alto riesgo climático.

Mientras tanto, el número de niños, niñas y adolescentes que viven en países con los conflictos más mortíferos aumentó un 10% este año, según otro informe de Save the Children.

Según el Global Humanitarian Overview de las Naciones Unidas para 2023, una de cada 23 personas necesitará ayuda humanitaria para sobrevivir el próximo año. Esto supone un asombroso aumento del 24% con respecto a hace un año, y sabemos que son las y los menores de 18 años a quienes más afectan las crisis humanitarias.

La infancia ya afectada por la pobreza y la discriminación es la más vulnerable: niñas y niños y sus familias son los que tienen menos poder para exigir cambios, sobre todo en comparación con empresas y países poderosos que pueden estar beneficiándose del statu quo. Asimismo, esta desigualdad y discriminación erosiona su capacidad de resistencia ante las crisis.

Necesitamos una financiación urgente para la ayuda humanitaria, el desarrollo y el clima, así como reformas fundamentales en el sistema de financiación internacional para que funcione mejor para los países con rentas más bajas.

Se lo debemos a niñas y niños como Asaad para que luchen más. Cuando era pequeña, los profesores me decían que mis opiniones no importaban, que acabaría en el paro y cobrando prestaciones sociales. Pero todo eso no hizo más que encender un fuego en mí para defenderme a mí misma y a otros chicos y chicas, y lo he mantenido hasta hoy.

Los niños, niñas y adolescentes pueden cambiar las cosas y, de hecho, lo hacen. Ellas y ellos deben hacer oír sus opiniones y recomendaciones, desde las calles hasta los pasillos del poder. El resultado de la COP27 demuestra que esto puede influir. Pongamos a la infancia y sus derechos en el centro de la creación de un planeta más verde y más justo y apoyémosles para que formen parte del cambio que el mundo necesita tan desesperadamente.