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CRÍTICA «I WANNA DANCE WITH SOMEBODY»

Una mujer negra que se sentía agotada


Lo de Whitney Houston hay que darlo por perdido, porque a nadie parece interesarle hacer una buena película sobre ella. “I Wanna Dance with Somebody” (2022) se anunciaba como la respuesta definitiva al biopic de Angela Bassett “Whitney” (2015), pero resulta que no es ni mucho menos mejor que aquel, y la también afroamerciana Kasi Lemmons fracasa estrepitosamente en su objetivo. Se ha contentado con hacer todo lo contrario, y si la una era amarillista y escandalosa la otra es tanto o más manipuladora en su afán de blanquear la imagen de la artista. Y ahí se hace un lío, al entrar en un debate bastante tonto sobre si la música tiene color o no, y sobre las razones por las que las canciones de Houston gustaban tanto al público blanco, como si fueran más pop que soul. Unas disquisiciones que tampoco ayudan, ya que la única verdad es que esos temas se han desgastado con el paso del tiempo por culpa de las malas imitaciones en concursos televisivos en los que versionean a las estrellas.

No exagero si digo que el único instante de verdad que hay en la película es cuando la protagonista clama al cielo, diciendo: «Las mujeres negras estamos agotadas». Lástima que solo se trate de una frase aislada, que no va más allá. No se dan explicaciones al respecto, debido a que todo en “I Wanna Dance with Somebody” (2022) es por demás superficial, tanto que la dramatización no pasa de ser un burdo pretexto para repasar los éxitos de la artista en orden cronológico.

Es una película oficial producida por Clive Davis, productor y descubridor de la cantante, que al menos ha tenido el buen gusto de escoger a Stanley Tucci para que lo interprete en la pantalla. El guion es de Anthony McCarten, que a raíz de triunfar con “Bohemian Rhapsody” (2018) se ha especializado en biopics musicales muy “pro”.