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BENEDICTO XVI, UN PAPADO CON TINTES INTEGRISTAS

Su dimisión, más que la propia gestión, ha marcado el legado del «guardián del dogma»

La muerte de Joseph Ratzinger, el primer pontífice de la era moderna en renunciar a su cargo asediado por una de las peores crisis de la Iglesia, dejará huella y marcará la manera en que los papas concebirán en adelante sus pontificados. Su gestión estuvo marcada por el conservadurismo y la restauración, por su defensa de la ortodoxia y la tradición, pero siempre será más recordado por su dimisión.

(Albert PIZZOLI | AF)

El 11 de febrero de 2013, un gran terremoto, con una una doble sacudida, hizo temblar al catolicismo. Un papa renunciaba a su misión siguiendo su conciencia y «la voluntad del Espíritu Santo». Y con esa decisión, ciertamente histórica -la última renuncia se remontaba a la de Celestino, en el año 1294, en medio del denominado Cisma de Occidente-, el papado perdía su sacralidad, ya no era de por vida. Un mes después eligieron a un papa no europeo, argentino y jesuita que se presentó con el nombre de Francisco, saludó de manera sencilla y dijo venir del fin del mundo.

Por aquellas fechas, en la prensa abundaban las noticias del «caso VatLeaks»: escándalos de pederastia, estafas, corrupción, luchas a muerte entre congregaciones para tomar el control e impedir las reformas, etc. Siempre queda la pregunta: ¿Cómo pudo un mayordomo robar de la habitación del papa miles de documentos, en el Estado más pequeño y menos poblado, de 44 hectáreas y 900 personas, y el más vigilado de todo el planeta? Nunca lo sabremos, aunque muchos vieron la figura del «indomable Ratzinger», jefe doctrinal y mano derecha de su antecesor, el polaco Karol Wojtyla, hoy conocido comosan Juan Pablo II por decisión de Francisco, detrás de aquella filtración. Siempre supo manejar los hilos, siempre tuvo un gran apetito de poder, se pensaba que era el gran elector y resulto ser el elegido.

Dictadura del relativismo

La memoria histórica se construye quizá más con imágenes que con hechos: el mandato mediático de Juan Pablo II apabulló su silencioso papado. Fue un teólogo arduo, sólido intelectualmente, con una profusa producción académica, y un papa rígido y anticuado, con una imagen escabrosa, portador de una visión de la Iglesia selecta y para pocos, sin entusiasmo popular, con fuerte reafirmación identitaria y de verdades doctrinales. Benedicto XVI quedó como constreñido entre Juan Pablo II y la habilidosa novedad de Francisco. Sin embargo, las decisiones que tomó fueron determinantes y osadas.

Se afanó en lucharcontra «la dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo», y «su cultura de muerte». Su objetivo fue el de la restauración de «la verdad» en la defensa de la ortodoxia, y el «esplendor de la liturgia» defendiendo la tradición. Siempre concibió a la Iglesia con mirada eurocéntrica y vaticanista, piramidal y clerical, y desde esa perspectiva pretendió solucionar los problemas con un enfoque meramente disciplinar y ortodoxo.

Joseph Ratzinger fue miembro de las Juventudes Hitlerianas durante la II Guerra Mundial, cuando la pertenencia era obligatoria. En uno de sus viajes a Alemania desató una de las mayores crisis de su pontificado. En la universidad de Ratisbona, citando a un emperador bizantino del siglo XIV, tildó alislam como «malvado e inhumano» y afirmó que se había propagado mediante la espada. En 2007, aprobó un documento que afirmaba que todas las otras creencias cristianas, fuera del catolicismo, no eran propiamenteIglesias de Jesucristo. Tales afirmaciones configuraron un trágico contraste con los años dedicados por su antecesor y por su sucesor al desafío de unir elislam, el judaísmo y el cristianismo, tras siglos de odio y derramamiento de sangre.

Legado desdibujado

Se recordará a Benedicto XVI más por su renuncia que por una gestión marcada por los intentos de revertir las reformas del Concilio Vaticano II (1962-1965 y por haber radicalizado las posiciones más ultras e integristas, al permitir la vuelta a la misa latina o declarar que su idea de Iglesia era «la única forma de salvación».

Como papa emérito, ni totalmente recluido ni formalmente activo, prometió vivir «oculto al mundo», creyendo ver su legado seguro. Pero con el papa Francisco esa visión se ha desdibujado. Desde la izquierda, ilusionada con el argentino y su obra inacabada; y desde la derecha, sumida en el pesimismo y la paranoia.