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CRÍTICA: «ZOE Y TEMPESTAD»

Nacida y criada entre caballos y tormentas


El deporte y las historias de superación personal suelen ir de la mano, algo que también ocurre con la hípica, a la que el quebequés Christian Duguay ya había dedicado anteriormente su película “Jappeloup” (2013), en realidad un biopic sobre el jinete olímpico Pierre Durand (Guillaume Canet) y el equino que le acompañó en sus triunfos.

Está claro que Duguay siempre concede mayor importancia al caballo, ya que en la versión original vuelve a figurar el nombre del animal, que es el de Tempête, mientras que en la versión doblada se busca el equilibrio entre el corcel y quien lo monta, con ese “Zoe y Tempestad” (2022).

Y sí que van unidos desde el comienzo mismo del metraje, porque la niña y el potro nacen a la vez, con la diferencia de que la denominación del animal es la que define la simbología de la historia.

No se llama así por casualidad, puesto que en todos los momentos claves de la historia las tormentas resultan tan condicionantes como al final influyentes.

Duguay utiliza los temporales para generar emoción y dotar de fuerza a una narración que, de otro modo, podía haberse inclinado hacia lo sentimentaloide o directamente cursilón. Son los truenos los que asustan al caballo y provocan el accidente que deja a Zoe (interpretada sucesivamente en sus distintas edades por June Bernard, Charlie Paulet y Carmen Kassovitz) parapléjica. Y al llegar el clímax final, la realización vuelve a jugar con la climatología adversa para crear un escenario más espectacular.