EDITORIALA

El golpismo es tendencia y hay que darle respuesta

Miles de seguidores de Jair Bolsonaro, expresidente ultraderechista del Brasil, invadieron ayer las sedes principales de los tres poderes del país: el Congreso Nacional, el Palacio de Planalto, sede del Ejecutivo, y la Corte Suprema. Los reaccionarios brasileños defienden abiertamente en estas protestas un golpe de Estado para derrocar al Gobierno que lidera Luiz Inácio Lula da Silva, que asumió la Presidencia del país el pasado 1 de enero. Lula ganó por la mínima pero claramente las elecciones, pese a lo que Bolsonaro no ha reconocido su derrota en ningún momento.

Desde la campaña y en la misma noche electoral, él y su movimiento han coqueteado con el golpismo. Han demandado insistentemente a que el Ejército actuase contra los poderes democráticos. Los llamamientos internacionales a que aceptase el resultado de las urnas no han alterado la estrategia de Bolsonaro, responsable último de lo que ocurra en estas horas. Precisamente, las imágenes del ataque de ayer recuerdan al asalto al Capitolio en Washington, ocurrido ahora hace exactamente dos años. Entonces, seguidores de Donald Trump interpretaron que su líder había lanzado la consigna que venía madurando durante la campaña para la toma del poder en caso de perder. La admiración de Bolsonaro por Trump es conocida y en este momento el imaginario ultraderechista comparte mitos, dogmas y agenda en todo el mundo. No se trata de cuatro locos enardecidos, por mucho que en este tipo de protestas destaquen los estrafalarios.

Es pronto para saber en qué quedará esta revuelta fascista, pero lo sucedido es muy grave y demanda una reflexión seria por parte de la izquierda, de todas las fuerzas democráticas e incluso de aquellos conservadores y liberales que entiendan que esta vía abre la puerta a nuevas dictaduras. Se trata de una peligrosa tendencia global, es parte de una agenda reaccionaria, tiene cierto poder y ningún reparo en utilizar la violencia, suscita adhesión de forma tristemente transversal y pone en riesgo derechos y libertades básicas. Si se va a combatir a una ultraderecha que mantiene una alianza general de máximos, harán falta frentes democráticos de mínimos.