Josu Montero
Crítico literario

Simic

Pero el lenguaje, por supuesto, es un tipo de canción de cuna», dice el último verso de “Poema”, del recientemente fallecido Charles Simic. Y precisamente para eso, para evitar que el lenguaje nos adormezca, escribió. Nacido en Belgrado en 1938, vivió una infancia de ocupación nazi y bombardeos de los supuestos liberadores. Su familia fue una más de la inmensidad de refugiados que pululaban por una Europa asolada.

En 1949 llegaron a los EEUU; no hablaba, claro, ni una palabra de inglés, idioma extraño en el que años después escribiría una obra que nos llena de estupor porque nos coloca ante la contemplación del sufrimiento humano.

Y lo hace a través de los concretos objetos -tan esenciales en su poesía- y de los inadvertidos detalles: detestaba las generalizaciones y las grandes palabras, ese lenguaje que acaba adormeciéndonos. Tras la lacónica simplicidad de la superficie, sus poemas son un campo de minas; entre la belleza y la sordidez, entre la banalidad de nuestras vidas y el espanto: lo cotidiano se carga de hostilidad, de amenaza y «la única lámpara / no es suficientemente fuerte para detener las sombras».

La fragilidad del ser humano ante la Historia, que «lamía las comisuras de su boca sangrienta», es una de las constantes de su obra. Y sabe bien que de esa Historia forma parte tanto la guerra que atenazó su memoria como la amnesia publicitaria y consumista de la América que le acogió.