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La mirada sesgada sobre las pensiones


Se está hablando últimamente mucho de las pensiones. Muchas voces, pero prácticamente un solo marco: tenemos un «problema» con las pensiones. Mediante este marco se cuestiona la viabilidad de las pensiones y con ello se propone una retahíla de soluciones, todas en la misma dirección: retrasar la edad de jubilación, contabilizar más años, trabas a la revalorización... Es el marco impuesto por el establishment, presentado cuan fenómeno de la naturaleza y del que es difícil escapar si no reenmarcamos el debate (y las soluciones) en otros términos.

En primer lugar, decir que si no somos capaces de enmarcar las pensiones como el resultado de una política económica, terminaremos pensando que hay una voluntad natural, divina y superior a nosotros que determina el futuro de las pensiones. Algo parecido al «tsunami» financiero del 2008. Pero no, el crack financiero del 2008 se debió a las políticas de desregulación del mercado inmobiliario y financiero, y la situación actual de las pensiones se debe, entre otras cosas, a que el PP se gastó los 60.000 millones de la hucha de las pensiones.

Y esa hucha pensada precisamente para una situación como la actual nos da pie para poner en valor la política por encima de las supuestas tendencias naturales como las del envejecimiento de la población. Las pensiones son y serán consecuencia de políticas públicas concretas y, por tanto, tienen solución. Fuera derrotismos y marcos que niegan posibles soluciones. O abrimos el horizonte de las alternativas o nuestra mirada estará coartada y menguada también en este ámbito.

En este sentido, creo que el debate de las pensiones se está dando, no solo enmarcándolo como un problema sin solución, sino que además se observa mediante un solo ojo y con el otro tapado. Me explico: ¿por qué se esconde que las pensiones están íntimamente relacionadas con las condiciones laborales? ¿Por qué no se ponen en cuestión las reformas laborales que, desde el 2011 hasta el día de hoy, han hecho que los empleos sean más precarios, peor remunerados, más parciales, más discontinuos, etc., y que todo ello hace que las cotizaciones sociales disminuyan de forma drástica?

Por cierto, esa mirada vaga y de un solo ojo nos hace olvidar que durante décadas las mujeres no han trabajado fuera de casa y que por ello cobran las pensiones más pequeñas (no contributivas) y que ahora son ellas mayoritariamente las que ocupan esos empleos precarizados, parciales y mal remunerados. Si no se toman medidas «políticas» en este ámbito, en el futuro las mujeres seguirán teniendo pensiones mínimas pese a su incorporación al mercado laboral. Punto y aparte merecerían las miles de mujeres que cuidan a nuestras mayores sin cotizar con las consecuencias que ello tiene en primer lugar para ellas y en segundo lugar para las arcas públicas.

Alguien dirá que subir sueldos y/o cotizaciones a la Seguridad Social sería poner en cuestión la viabilidad de las empresas, pero la respuesta es fácil y contundente: la participación de los sueldos en el PIB no ha hecho otra cosa que disminuir desde los años 80, mientras que la de los beneficios no hace más que aumentar. Las empresas pueden y deben pagar más para garantizar el futuro de las pensiones.

Dicho todo lo anterior, habrá todavía quien diga que no podemos evitar el factor envejecimiento y sus consecuencias. Muy bien, abramos el debate sobre la edad de jubilación pero hagámoslo, a la vez que abrimos, por ejemplo, el debate de la reducción de la jornada laboral. No es lógico decir que en el último siglo las condiciones de vida han mejorado y que las personas podemos seguir trabajando con más de 65 años y olvidarse que la jornada laboral actual tiene ya «cien años». ¿Qué pasaría si redujéramos la jornada laboral a 32 horas o cuatro días semanales? ¿Cuántos nuevos puestos de trabajo y nuevos cotizantes se pueden generar para garantizar el futuro de las pensiones?

Para finalizar me gustaría proponer una última perspectiva para visualizar el tema de las pensiones. Como acabamos de decir, las pensiones están directamente relacionadas con la regulación del mercado laboral y con las reformas laborales que se imponen desde Madrid. La falta de soberanía económica hace que Madrid decida por nosotras el SMI, tipos de contrato, marco de negociación colectiva, cotizaciones, tipos de pensiones, cuantía, etc. La soberanía económica o cuando menos un marco vasco de relaciones laborales y prestaciones sociales es una necesidad imperiosa y urgente para este país.

Por tanto, menos derrotismo y visiones sesgadas y vagas con respecto al debate de las pensiones. El futuro de las pensiones se puede garantizar sin problema alguno. Hay alternativas para ello. Es un problema de voluntad y de abrir nuevos debates y perspectivas: mayores sueldos y cotizaciones patronales, contra-brecha de género, reducción de jornada laboral... Si se mantienen cerrados es sólo con el fin de seguir favoreciendo al Ibex35 y a la gran patronal; una patronal que impuso la estatalización de los convenios y que se ha mostrado siempre en contra de un marco vasco de relaciones laborales y prestaciones sociales. ¿Por qué será?

P.D: No quisiera terminar este artículo sin felicitar y enviar un abrazo al movimiento de pensionistas de Euskal Herria que acaba de cumplir cinco años en la calle peleando por unas pensiones dignas.