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Euskomunismo


Jon Odriozola, antes de morir, nos dejó en estas páginas como legado un breve pero intenso escrito en el que hacía una manifiesta apología del comunismo aduciendo que este forma parte de la naturaleza de las cosas: en condiciones de libertad y sin injerencias violentas en su contra, todo tiende y acaba en el comunismo, superando así el actual estadio de luchas de clases en el que nos encontramos.

Es una utopía persistente a lo largo y ancho del planeta, pese a la reacción furibunda, en algunos casos, de gobiernos, partidos políticos, medios de comunicación... y que en Euskal Herria ha tenido, tiene y tendrá sus adeptos, sin duda alguna, más allá de adscripciones partidarias coyunturales y siglas efímeras.

A lo largo de la historia de nuestro pueblo hemos conocido muchas experiencias comunitarias que no son sino las manifestaciones de un comunismo incipiente, reflejo de esa básica filosofía del sentido común gramsciana y profundamente enraizada en nuestra idiosincrasia, en nuestra cultura, costumbres, tradiciones, mitos y cosmogonía. De ahí la importancia de reivindicar y fortalecer nuestro «sen on» para desde nuevas praxis comunitarias aquí y ahora encaminarnos a la utópica sociedad sin clases a la que aspiramos. Un proceso que sabemos es largo, difícil y complejo.

Una de las mayores dificultades, quizás, sea la de definir exactamente qué es el comunismo, cómo es y será, esa sociedad sin clases, cómo la soñamos pero de forma que lo entienda el más común de los mortales. Quizás sea fácil para los exégetas de la obra de Marx y Engels pero para un marxista de a pie como yo me resulta harto difícil y es verdad que hay mucha literatura al respecto pero me sigue pareciendo insuficiente. Por eso me resulta a estas alturas de la Historia una auténtica falacia recurrir al dogma, según el cual, el comunismo es la dictadura del proletariado tanto por sus defensores como de sus detractores.

Leyendo “El péndulo de Foucault” uno de sus protagonistas -que junto a otros dos amigos se especializaron en la historia de los templarios, la masonería y las ciencias esotéricas, y de su influencia en las altas esferas del poder económico, político y eclesial pero también en los emergentes movimientos revolucionarios y de izquierdas- había concluido que según Lenin el comunismo era socialismo más electricidad. Me pareció una definición muy prosaica, sencilla y original, la electricidad como metáfora del progreso y del bienestar y el socialismo como economía social y reparto justo de la riqueza.

Pero ni Marx ni Engels se podrían imaginar hasta dónde ha llegado este progreso ilimitado en el que nos encontramos y de los nuevos métodos de alienación a los que estamos sometidas: internet, control digital, algoritmocracia, inteligencia artificial... Lamentablemente el comunismo, en nuestros entornos geopolíticos más cercanos, no es «el fantasma que recorría Europa «a mediados del siglo XIX. Hoy casi dos siglos después, en los que las desigualdades sociales siguen creciendo, son el neofascismo y la extrema derecha quienes campan a sus anchas y con los que tenemos que lidiar inteligentemente.

Creo que el comunismo es, ante todo, filosofía y economía. Es socialismo más filosofía del sentido común (sen on).

Ante el tramposo dilema que algunos nos plantean «democracia versus fascismo», dado el lamentable estado de las democracias actuales, sus notorias deficiencias, su liquidez, democracias amargas o plutocracias como las define un amigo mío, aquí y ahora sí creo que es posible y realizable una alternativa revolucionaria y democrática que no es otra que la República Vasca.