Amaia EREÑAGA
BILBO

El viaje onírico por París y la guerra de Joan Miró para convertirse en Joan Miró

Cuarenta años después de su muerte, la obra de Joan Miró (1893-1983) sigue siendo fascinante. No ha perdido esa atmósfera enigmática, entre naif y onírica, entre mística y antropológica, tan característica del poético artista catalán. El Museo Guggenheim de Bilbo expone una retrospectiva con los 25 años primeros años de Miró, cuando este encontró por fin a Miró en un mundo en pleno caos.

Fondos blancos para una imagen nocturna en «Mujer y pájaro en la noche» (1945).
Fondos blancos para una imagen nocturna en «Mujer y pájaro en la noche» (1945). (Monika DEL VALLE | FOKU AGENTZIA)

Las mujeres, los insectos, los colores y las noches de Joan Miró se han instalado en el Guggenheim de Bilbo hasta el 28 de mayo, en la primera retrospectiva en su histori que el museo bilbaino dedica a uno de los creadores más importantes del arte del siglo XX. Una muestra con la que se abre la temporada expositiva de este año y que seguramente atraerá a numerosos visitantes. Porque Miró es Miró.

“Joan Miró. La realidad absoluta. París, 1920-1945” está comisariada por Enrique Juncosa y permite conocer 25 años claves en la trayectoria de Miró, años históricos intensos -el periodo de entreguerras, la Guerra del 36 y la Segunda Guerra Mundial- y años intensos también en lo creativo y lo personal para el artista catalán. Una etapa que pivota alrededor de París, la ciudad en la que, de alguna manera, se hizo artista.

La retrospectiva permite conocer cómo fue el viaje interior de Miró para llegar a ser Miró. Están sus primeros cuadros, en los que ya se percibe ese «algo» que le hizo único: un “Autorretrato” (1919), en el que plasma su dualidad interna -media camisa pintada de una forma; la otra media, de otra-; una campesina pintada con pies de animal, casi a modo de lamia, en “Interior” (La Masevera, 1922-1923)...

Según se va pasando por las diferentes salas se ve cómo va cambiando su obra, cómo varían los colores y los materiales. Miró tuvo su primer contacto con las primeras vanguardias en su Barcelona natal con artistas como Robert y Sonia Delaunay y Marcel Duchamp, refugiados en la ciudad durante la Primera Guerra Mundial. Era una Barcelona culturalmente emergente, pero que al pintor le parecía provinciana. Su primer viaje a París, a principios de los años 20, fue una revelación. «Tuvo un fuerte impacto en él; de hecho, luego estuvo sin poder pintar un tiempo», apuntó Juncosa. Paseaba por París de noche, se perdía en sus calles. No le interesaban los monumentos. Buscaba otra cosa; encontrar la magia del arte, las raíces del arte primitivo y un nuevo lenguaje en su interior.

Un cosmos al que escaparse

Metido en aquel ambiente de vanguardia, se relacionó con poetas, pintores... era un mundo cerrado, surrealista y hasta con sus ritos de iniciación. Experimentaban con todo, también con sus cuerpos. Ahí está, por ejemplo, “El Saltamontes” (1926), pintado tras las alucinaciones que le provocó un ayuno prolongado. Artaud, Elouard, Magritte, Ernest, Jarry, Klee, Breton, Tzara... a Miró le interesaban las innovaciones formales que estos creadores planteaban, su rechazo de la lógica, de los lugares comunes y de la tradición. Aunque el catalán era de un carácter bastante cerrado y hubo choques. Se le puede ver en tres retratos fotográficos que le hizo Man Ray en 1930, con una cuerda, recuerdo de una «gracia» que André Breton le hizo a Miró en una reunión: hizo que le ahorcaba.

Un paseo siguiendo la cronología de sus cuadros permite también hacer un recorrido por una etapa convulsa, desde la tristeza de la Guerra del 36 -no queda nada de aquel mural que pintó en el 37 para el Pabellón de la República en la Exposición de París-, hasta una nueva huída a Normandía y luego a Mallorca con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En Normandía empezó a pintar las “Constelaciones”, en la que creó su lenguaje de signos constelados: 23 obras con un cosmos, a modo de un mapa celestial, al que a veces llega una escalera. Es una escalera para escaparse: necesitaba evadirse de la horrorosa realidad que significa el estallido de la guerra.