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TITANIC 3D

Y sonó la flauta


La flauta que introduce los primeros compases de la canción “My Heart Will Go On”, el archiconocido tema principal de “Titanic” (1997) interpretado por Céline Dion, resuena en mi cabeza mientras escribo la crónica de una película que la mayoría de mortales nos sabemos de memoria. Se han hecho muchas bromas al respecto, porque parece raro que una historia basada en hechos reales, desprovista por lo tanto del elemento del suspense y cuyo final es de sobra sabido, haya triunfado y siga triufando en las pantallas. Pero siempre se ha dicho que el cine es un espectáculo hipnótico, y que tiene ese poder de fijación que nos hace volver una y otra vez sobre las mismas imágenes. No basta decir que estamos ante el mejor guion escrito por James Cameron, un folletín romántico de resolución espectacular gracias al trágico e inevitable desenlace, para explicar el éxito obtenido. Su magia reside en el efecto icónico de una lectura subliminalmente sexual, con los amantes en la proa del barco de cara al viento en íntima conexión con el hundimiento por esa misma proa, y con la nave en vertical partiéndose en dos.

Es la metáfora perfecta, la que anhela cualquier cineasta que quiera llenar las salas, y que a Cameron le ha reportado la fidelidad del público. Estoy convencido de que sin “Titanic” no sería posible la franquicia “Avatar”, que es como un renacimiento o segunda existencia en otro mundo bajo las aguas. Detras del hacedor de películas hay un oceanógrafo, un explorador de los fondos submarinos que ha buscado documentalmente el pecio del mítico trasatlántico al que tanto debe, como si del hallazgo de sus restos dependiera el futuro de la humanidad en el planeta azul.

A través del evidente mensaje medioambiental Cameron ha conseguido un crédito ilimitado que le sirve para justificar su megalomanía, como suscribiendo la emblemática frase ficcional de “soy el rey el mundo”. De momento, sigue a flote.