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LLAMAN A LA PUERTA

Filosofía y apocalipsis


La madurez creativa de M. Night Shyamalan tiene en “Llaman a la puerta” su mejor representación. Sabíamos de su pericia a la hora de colocar la cámara en el lugar y momento preciso, ese ríncon de penumbra o luminosidad que tiene la virtud de advertirnos que algo raro está presente en ese terreno neutro tan difícil de definir que consigue mediante medidos desenfoques.

A ello habría que sumar que siempre ha sido un gran narrador de historias y un autor dotado de una exquisita sensibilidad, virtudes que le han permitido seguir siendo fiel a sí mismo. Al autor de “El sexto sentido” le pesó como una losa ser considerado el nuevo Hitchcock o el autor que siempre se guardaba un as en la manga, que colocaba sobre la mesa en las últimas secuencias de sus películas. De esta forma, el director de las “sorpresas finales” ha pasado a ser un director que ha sabido enriquecer material argumental ajeno. Ocurrió en su anterior “Tiempo” (2021) y vuelve a pasar en “Llaman a la puerta”, el cineasta se muestra respetuoso con los autores de los originales y aporta detalles que amplifican las posibilidades de dicho material y esto lo hace sirviéndose de ciertos añadidos en el guion y, sobre todo, aportando su gran sabiduría cinematográfica.

Shyamalan sabe medir los tiempos como nadie, es capaz de legar en los oídos del espectador los golpes secos de los nudillos de Dave Bautista contra una puerta y coloca al espectador ante primeros planos que subrayan la tensión sin abusar de ella. Fe y filosofía se entrecruzan en un título que conlleva riesgo y que resulta muy entretenido.