EDITORIALA

Mucho más que un ataque a la libertad de prensa

Veinte años después del cierre violento de “Euskaldunon Egunkaria”, muchas cosas han cambiado en Euskal Herria, también en el Estado, pero se mantiene invariable la negativa de quienes ordenaron y ejecutaron aquel atropello, no ya a pedir perdón, sino a hacer una lectura crítica pública de todo lo ocurrido. Por eso, la clausura del periódico, clave en la vertebración de la comunidad euskaldun, permanece como una herida abierta en la memoria de este país. Es imposible suturarla si quienes blandieron la espada la siguen exhibiendo con orgullo.

En solidaridad con el periodista Pablo González, preso desde hace un año en Polonia y cuya situación es lacerante, el viernes pasado se celebró en el campus universitario de Leioa una mesa redonda en la que se puso de relieve el complicado momento que vive el ejercicio de la libertad de expresión, con ejemplos de hostigamiento no solo en aquel país o en la cercana Hungría, sino también en el Estado español. Fue un ejercicio sincero y una llamada de atención necesaria porque, efectivamente, los derechos están en retroceso en Europa. Pero en este contexto es imposible pasar por alto el largo trayecto recorrido por este pueblo haciendo esa misma denuncia. Durante mucho tiempo, a la libertad de prensa le acompañaba una interrogante si la ejercía un ciudadano vasco, siempre sujeto a un escrutinio extra desde tribunales y comisarías.

En este caso, además, siendo muy grave la clausura de un medio de comunicación, el ataque a “Egunkaria” fue más que eso. En plena orgía represiva y con el PP exultante con su mayoría absoluta, el Estado quiso dejar claro que era capaz de cualquier cosa, como cerrar el único diario publicado en euskara y torturar a sus responsables. Cuando se atrevieron -en palabras de Aznar- a cerrar “Egin”, muchas voces callaron, y algunos entendieron que tenían vía libre; cinco años después arremetieron, con el foco ampliado y sin miramientos, contra aquel proyecto y contra todo lo que representaba para la cultura vasca. Han pasado dos décadas y no hay garantía de que esa misma gente no volvería a hacer lo mismo si las circunstancias se lo permitieran. Ese es nuestro drama, aquí y ahora.