Josu MONTERO
Crítico literario

Música y tiempo

Soapy es un vagabundo cuya máxima aspiración cuando asoma el invierno su hocico consiste en ser detenido para gozar del calor y la comida de la cárcel; pero por más pequeñas y descacharrantes fechorías que comete no hay manera de que la ley le eche mano. En un momento dado pasa ante una vieja iglesia en cuyo interior un organista toca una dulce música que seduce a Soapy, le deja clavado ante la verja exterior y desencadena «un cambio maravilloso y repentino en su alma» que le impulsa a luchar contra su aciago destino. Mick Kelly es una adolescente que en sus vagabundeos por la ciudad encuentra una casa de la que al anochecer sale la música de una radio que escuchan dentro, un tal Beethoven, un tal Mozart; se oculta entre los frondosos cedros del jardín y siente que la música bulle en su interior, y que todo, el mundo entero, y también ella entera, está en esa música. Duda si dejarse arrastrar o intentar atrapar algún fragmento para poder retenerla, pues no tiene otra forma de oírla. «Aquella música no duraba mucho tiempo ni poco. No tenía nada que ver con el tiempo que transcurría», piensa Mick. El tiempo es la gran obsesión de Jhonny, el saxofonista negro destrozado por las adicciones. «Cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba, la música me sacaba del tiempo. Si yo pudiera solamente vivir como en esos momentos, podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes».

“El poli y el himno”, de O. Henry; “El corazón es un cazador solitario”, de Carson McCullers; y “El perseguidor”, de Cortazar.