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La paz reside en la buena vecindad


Los recientes acontecimientos en el Medio Oriente son aleccionadores. Arabia Saudita e Irán concluyen que es de mutuo interés vivir en armonía, enterrar el hacha de guerra y dedicar sus ingentes recursos al servicio de su propio desarrollo en lugar del despilfarro en un inútil esfuerzo de mutua destrucción.

La máxima del expresidente mexicano Benito Juárez: «Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es La Paz» se escenifica con la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán, y la reactivación de sus acuerdos de cooperación y seguridad. En realidad, el restablecimiento de relaciones entre Arabia Saudita e Irán reduce a Marruecos, como al resto de países árabes firmantes de los acuerdos de Abraham en mera hojarasca. El trofeo buscado era el simbolismo de Arabia Saudita, y Arabia Saudita se aleja del redil del dúo Trump - Netanyahu.

La constante enemistad con el vecino adquiere un impulso propio, y crea un círculo vicioso letal de acción y reacción que solo la clarividencia puede contener. ¿Podrá Marruecos extraer lecciones de la experiencia de Arabia Saudita y de su propia experiencia?

Marruecos, apostó desde su independencia en 1956 por una oleada de invasiones contra sus vecinos como estrategia para su propia seguridad y desarrollo, así como sacar rédito de circunstancias turbias y alianzas contra natura. Hoy, la diplomacia marroquí sorprendida por los súbitos cambios en la escena internacional entra en turbulencias, se ofusca y reacciona desconcertada.

Más propio de malabarismo callejero que de una visión certera, el recurso a una diplomacia extorsionista en la que todo vale -preferentemente todo lo que no vale-, todo lo que no sea convencional o aceptado legal o moralmente alcanza los límites de lo absurdo.

Medio siglo de negación de la existencia del vecino, falsificación de la historia, chantajes, amenazas, pactos fáusticos y compra de voluntades, no han hecho sino dejar al descubierto el modus operandi de un entramado indecoroso que Rabat califica de hábil diplomacia. Hoy para Rabat todo se desmorona. La Unión Europea descubre con estupor que su democracia está trastocada por las tramas de corrupción que gangrenan a su parlamento. La permisividad y complicidad dieron lugar a que las leyes de la UE se conformaran a los caprichos de esa diplomacia. Las pesquisas del “Morocco gate” revelan cada día un ambiente del hampa gracias a la «dinámica» diplomacia; la insolencia de dicha diplomacia empieza a crear un hartazgo en los corredores del Parlamento y las instituciones europeas. La imagen del reino se hunde en el fango de una corruptela de su propia creación.

Pillado con las manos en la masa, las máscaras caen. Incluso los estómagos de carroñeros, hastiados, comienzan a vomitar tantos despojos deglutidos. Solos, impúdicamente, los devoradores de sapos se aferran a su alucinación y devoción al venerado vecino. Si persisten en su festín de anfibios, ¡que aproveche! ¡Allá ellos! Pronto se les obligará a tragar anacondas. Sería demasiado tarde al descubrir que el venerado vecino no era otro que el amigo infidente. Churchill ya había lidiado con circunstancias similares de la política de contención y, en especial, con un vecino impenitente que confunde la buena vecindad con la sumisión, y sabiamente dedujo que: «el que se humilla para evitar una guerra, tiene la humillación y también tendrá la guerra».

Sánchez y su ministro Albares, pletóricos de confianza en una «nueva era» con el vecino Marruecos, traicionan de nuevo al pueblo saharaui y a otros vecinos en el Magreb. La bisoñez indujo al entusiasmo, y el entusiasmo al abrazo de la vertiente magrebí de los acuerdos de Abraham. Sin percatarse, habían saltado en el tren de una iniciativa que no controlan su dinámica, e ignoran el mapa de sus próximas estaciones. Una política que obedece más a intereses personales y al griterío de los hechizados por el majzén en la cúpula del PSOE que a los intereses estratégicos de España.

En el fondo, ninguno de los artífices de los acuerdos de Abraham tenía en mente los intereses de los países árabes, ni los de Israel. Cada cual pensaba solventar sus propias dificultades políticas que enfrentaba en casa. Para Trump, en los estertores de su administración, sus planes estaban centrados en su futuro político y el asegurar el apoyo de AIPAC, el lobby israelí, y el respaldo de los cristianos evangélicos en los EEUU para su próxima batalla electoral. Para Netanyahu, ganar las elecciones, aferrarse al poder y evitar el banquillo de los acusados por corrupción. Mientras, Mohamed VI se precipita a instruir a su embajador en Washington a condecorar al presidente Trump el mismo día del asalto al capitolio por las hordas trumpistas con la más alta distinción que otorga el reino. Marruecos pensó que el tweet de Trump, sería el trato que crearía un efecto de cascada y que la UE y el resto del mundo aplaudirían la iniciativa dislocada.

Para la administración Biden, el reconocimiento de Trump a la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental no deja de ser un simple reconocimiento personal de Trump y una herencia embarazosa en suspenso. Todo el embrollo era un fraude.

Todo esto no ha modificado ni un ápice del carácter de la cuestión saharaui. Sigue siendo como siempre ha sido: una situación colonial inacabada. Tampoco ha lustrado la imagen de la agresión marroquí. El conflicto sigue siendo lo que siempre ha sido: una invasión y ocupación militar en toda regla, y un desafío a la legalidad internacional. Para más inri, los acuerdos de Abraham no solo se han descafeinado, sino a todas luces se desmoronan.

Tweets, alianzas desestabilizadoras, no son atajos para solucionar un conflicto, no pueden sustituir el efecto mágico de la buena vecindad. Sin duda la región de Magreb estaría mucho mejor sin alianzas agresivas, o acuerdos opacos, y Europa estaría menos preocupada por su flanco sur.

Es hora de que la UE asuma su responsabilidad en el conflicto del Sáhara Occidental y contribuya de manera efectiva a la paz y a la estabilidad en esta región tan intrínsecamente ligada a Europa; no solamente en el aspecto histórico, sino también en el económico y seguridad. Seguir ignorando esta realidad, atizar las llamas de este conflicto, o, ignorarlo, invitaría a otros a desempeñar ese rol, que por proximidad y lógica le pertenece solo a Europa.

No se puede seguir igualando al agresor y al agredido, elegir a placer qué resolución de la ONU se debe respetar, animar agresiones y esperar la paz y la seguridad en la región. Después de medio siglo de conflicto, solo un nuevo paradigma y una nueva visión pueden curar una de las heridas más profundas legadas por la presencia de Europa en África.