La cólera del pueblo
Emmanuel Macron es el vigésimo quinto presidente de la República francés y copríncipe de Andorra. Desde esa atalaya mira a las calles de sus ciudades y pueblos y llega a la conclusión de que es bastante razonable la cólera que expresan esas manifestaciones masivas. El admite que el pueblo puede tener esos ataques de cólera, pero que ello no le quita grandeza a sus decisiones sobre el atraso de los años de cotización para recibir la jubilación de las clases trabajadoras. Este joven político que acumula quinquenios de gobierno es una manifestación exigente de una forma de usar los poderes conferidos por la constitución.
Nos acercamos a mayo, ese mes mítico donde en Francia hace cincuenta y cinco años, se descubrió que debajo de los adoquines estaba la playa y que lo más sano para mirar al futuro era pedir lo imposible. Si comparamos imágenes de aquellos tiempos y lo de ahora mismo, el cambio sustancial es que el vestuario usado por los policías convierte en monumentos de plástico y silicona a unos cuerpos de seres humanos que se han sufrido un proceso de insonorización social. Hace once quinquenios existía una ingenua idea de un cambio a mejor. Hoy, salir a la calle, es mostrar la desesperación de que es más difícil que entonces cambiar algo.
Por resumir, la cólera del pueblo no es motivo suficiente para que Macron, que no había nacido entonces, se dé por aludido más allá que por los índices de popularidad que espera recuperar a base de subir los índices de audiencia. Como no puede repetir como presidente tiene cuatro años para cumplir su ideario más reaccionario.