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LA MUJER DE TCHAIKOVSKY

El lago de las moscas


Rusia vive tiempos oscuros y la belleza de su arte queda encerrada en los museos, relegada a las sombras ocultas de una realidad non grata. El cineasta Kirill Serebrennikov es la expresión viva de una situación contrariada, viendo cómo su película “La mujer de Tchaikovsky” (2022) le ha supuesto el exilio, debido al contencioso que mantiene con Moscú por haberla realizado con fondos estatales. Es sin duda la obra de un disidente, que se atreve a cuestionar la biografía oficial de todo un mito cultural ruso como Tchaikovsky sacando a relucir su condición homosexual, negada por el actual regimen homófobo de Putin. Por lo tanto, el personaje de su mujer se convierte en la otra cara de la historia, en cuanto representante del sufrimiento de un pueblo forjado en la tragedia colectiva y condenado a resistir frente a la autoridad hasta los límites mismos de la racionalidad. Serebrennikov muestra el reverso tenebroso, con los cisnes transformados en moscas y con el lirismo febril de la creación musical abocado a la locura del encierro en vida.

“La mujer de Tchaikovsky” (2022) es una creación obsesiva, al igual que su protagonista, y de acuerdo con la fijación de un autor que quiere trascender por encima de la paciencia del público de cine. No se lo pone fácil al respetable, ni siquiera a las espectadoras interesadas por la visibilización de Antonina Miliukova, ya que cuesta identificarse con su reivindicación matrimonial. No tiene sentido su rechazo frontal al divorcio, a pesar de saber que Pyotr Ilyich es gay y se casa por cuestión de imagen o porque su economía le lleva a una boda interesada.

El aire fúnebre domina una narración que se abre con el entierro del músico y que está contada desde el delirio de una mujer que viste de luto por dentro y por fuera. La separación, de hecho, llega al poco del casamiento, pero ella se siente desposada incluso en la distancia a través de unos lazos invisibles.