Operación Galdakao
En ocasiones, sobre todo cuando el futuro es incierto y el presente líquido, las actuaciones políticas están revestidas de múltiples incógnitas. Sabemos de dónde partimos, pero ignoramos a dónde llegaremos. Algo de esto ha sucedido con la bola rodada que puso en marcha la agrupación socialista de Galdakao, respaldada por su ejecutiva vasca y con el grupo Vocento como vehículo, para hacerse con un hueco en la pugna electoral de un municipio históricamente jeltzale y hoy gobernado por EH Bildu.
La excusa parecía menor, la aparición en un apartado secundario de violaciones de derechos humanos a presos de la localidad (alejamiento, excepción penitenciaria y tortura). Otros municipios habían preparado memorias similares. A las semanas, “El Correo” le dio portada, y noticia principal a cuatro columnas.
Al principio, PNV y EH Bildu creyeron que se trataba de un hecho meramente electoral y local. Y erraron en su apreciación. Era una campaña en la línea de flotación del relato, con la intención de revertir tendencias, matizar la historia reciente y acotarla en unas coordenadas muy determinadas. Las del negacionismo del terrorismo de Estado y todos sus aspectos, grandes o menguados. Como ha sido habitual hasta ahora.
Estas semanas, para enfilar el discurso negacionista, el ministro del Interior, Marlaska, ha marcado el paso. No hay más verdad que la judicial, obviando que la mayoría de los jueces pertenecen a su equipo, el que ha validado desde siempre la impunidad. ¿Y la supuesta disidencia de Andueza? Su enfado era una estratagema. Porque el resultado ha sido el de zurrar en Galdakao e impunidad en Orbaizeta.
Con una celeridad propia de campaña electoral, el PNV se sumó a la crítica. Algunas de sus referencias, en especial la directora de Gogora que pareció un verso suelto, metieron la pata notoriamente. Era algo más que una crónica electoral. Les costó reaccionar y lo hicieron, también como es habitual, negando sus propias instrucciones e indicaciones previas. Y en esa rectificación, exigieron a la Sociedad de Ciencias Aranzadi que dejara a un lado su solidez científica y se convirtiera en lo que no era, en un agente moralista y en una entidad memorialista. Fue una marcha atrás a medida. Con medias verdades que, a la postre, son medias mentiras.
Desde Madrid vieron la oportunidad. O resultó que estaba todo programado. No soy dado a las teorías conspirativas, pero sigo con la mosca detrás de la oreja. A la semana siguiente de desaparecido el Foro Social, proyecto transversal para no medir a las víctimas según trincheras, llegó la ofensiva. Contra Aranzadi, contra los informes sobre la tortura, contra todo aquello que oliera a memoria histórica.
Faltó la cita a Paracuellos. Fueron con todo. Una venganza acumulada durante años, contra su labor. Ahí aparecieron las fobias, desde las que guardaban tras el desmán en la plaza del Castillo, con la aparición de la vieja Iruñea, pasando por Amaiur, hasta el protagonismo de los historiadores fanáticos de la unidad hispana. También ese sindicato que se había mostrado contrario a la transferencia de prisiones arremetió, por medio de su liberado navarro, contra el trabajo de Aranzadi. Galdakao fue el pretexto.
Ahí fue evidente que el objetivo superaba lo electoral. El propósito tenía que ver con quién va a dirigir el relato. Para eso ya habían creado un monstruo conocido popularmente como Melitonium, que llevaba quejándose sin descanso de los escasos resultados obtenidos, a pesar de la inversión millonaria, a pesar de apoyos mediáticos. Lo que no se consigue desde abajo, se logra por decreto. Esa es la que viene.
Por eso, uno de los objetivos es acojonar a los ayuntamientos para que, con amenazas criminales como las lanzadas por el supergobernador Denis Itxaso (¿qué cargo es ese para el siglo XXI?), no se atrevan a realizar memorias integrales. Y si lo hacen, sepan que, como en tiempos de guerra, los alcaldes y concejales tendrán por destino la inhabilitación, la multa y la cárcel. Porque la tortura no ha existido jamás, como tampoco la excepción penitenciaria, el Plan Zen, la ocupación policial o las ejecuciones extrajudiciales. Y el que lo ponga en duda no tiene cabida en esta democracia monárquica hispana. Marlaska e Itxaso han hecho de portavoces.
Así que, con dos o tres golpes encima de la mesa, la caverna ha vuelto a remover el escenario. Con mentiras escandalosas, gracias a la cabida que tienen en la sociedad de la posverdad. Y con la ayuda sostenida en la parsimonia del PNV que ha preferido guardar y esconder a Gogora a costa de denigrar a Aranzadi, por activa y por pasiva.
Estos retrocesos nos van a costar muy caros como país. Si es que aún creemos en él. Sin mensajeros, el futuro será nuevamente escrito por aquellos que una y otra vez, anteayer, ayer y hoy, se proclaman «vencedores». Como en aquel mítico discurso del alcalde Areilza, en Bilbo a la entrada de las tropas fascistas: «Ha habido, ¡vaya que si ha habido vencedores y vencidos!; ha triunfado la España, una, grande y libre». ¿Anacronismo? Para nada. Que le pregunten a Txepe Lara Fernández, productor de cine, exmilitante de Euskadiko Ezkerra y antiguo polimili detenido en 1975 cuando la infiltración de Mikel Lejarza, el Lobo. La caverna, incluida la ligada al PSOE, le ha considerado un etarra recalcitrante por su pasado de hace medio siglo, en plena dictadura fascista.
Llevamos años hablando de convivencia, de hacer una reflexión colectiva, de violaciones de derechos, etc. Pero hay un sector, anclado en lo más profundo de la idiosincrasia del Estado español que se encuentra en las antípodas de ello. Cuando se menciona el Protocolo de Estambul para los torturados, la Carta de Derechos Humanos para citar sus violaciones, el Protocolo de Minnesota para las ejecuciones extrajudiciales y las Reglas Mandela para conocer los derechos de los presos, su respuesta ni siquiera es evasiva, sino al contrario, sumamente explicita: «me los paso por el arco del triunfo».