APR. 29 2023 GAURKOA Europa, protectorado Iñaki EGAÑA Historiador Hace más de un año, cuando la invasión de Ucrania por tropas rusas, sentimos el olor de la pólvora en la cercanía y concebimos todo tipo de cábalas. Supongo que las mismas, aunque en mayor profundidad, que las que hicieron los estrategas rusos y de la OTAN. La guerra iba a ser corta, la aplastante superioridad del Ejército ruso iba a desequilibrar el escenario en unas semanas, auspiciada por el éxodo de millones de ucranianos e, incluso, como parece supusieron los militares de Moscú, Zelensky tenía los días contados. Desde su propia casa le iban a defenestrar porque Ucrania no era sino un Estado fallido más. A fin de cuentas, Zelensky era un payaso reconvertido a presidente. Y Putin, con el alargamiento del conflicto y las sanciones a su economía, iba a caer en unas semanas. El pueblo soberano ruso se levantaría como los estudiantes de la histórica Primavera de Praga. Resultó que todo aquello era fruto de una visión muy mediatizada que nos ofrecían las dos o tres agencias de noticias que copan el mercado mediático. Ninguna de esas expectativas se cumplió. Pekín ya avanzó que el conflicto se iba a enquistar y que, a pesar de que desde su posición cualquier desequilibrio geopolítico no favorecía aparentemente sus intereses, la guerra iba para largo. Los más agoreros, probablemente con parte de razón, nos anunciaban el comienzo de una Tercera Guerra Mundial, más híbrida y sin las trincheras de las anteriores. La misma que ya había denunciado, con otros escenarios entre ellos los del saqueo y la pobreza acumulada, el papa de la cristiandad católica-romana, el argentino Bergoglio. Hoy, con la guerra larvada, con sus frentes atenazados con víctimas diarias ocultadas por los bandos en litigio, el planeta es bien distinto al que respirábamos al final de la pandemia, o lo que es lo mismo, al comienzo de la invasión de las tropas rusas de suelo ucraniano. En lo cercano, la economía de la Unión Europea se ha contraído, una nueva crisis bancaria, al estilo de las subprime de 2008, está al acecho, y la OTAN, es decir, Washington, ha tomado las riendas del Gobierno comunitario de Bruselas. Sorprendentemente, para lo que nos han ido contando nuestros mandatarios, la crisis ha recaído en la Unión Europea, con mayor crudeza que en Rusia. El euro ha caído un 18% frente al rublo y otro 8% frente al dólar. La popularidad de Putin se ha revalorizado y su economía despunta en medio del caos europeo. Su producción de grano para exportar se ha duplicado, mientras que la de EEUU y la Unión Europa ha descendido drásticamente. Y en la periferia, África y América Latina, la crisis alimentaria ha aumentado exponencialmente. Cien millones más de hambrientos, 8.500 niños que mueren al día por hambrunas. Mientras, el planeta, a pesar de nuestra historia colonizadora, también en ideas, filosofías, religiones, contribución revolucionaria y modelos políticos, se ha desplazado al este de Eurasia. Entre otras razones, porque la Unión Europea ha ido a rebufo de Washington y ha sido incapaz de plantear una alternativa propia. Mucho se habla de protectorados como el de Puerto Rico, ciudadanos de EEUU para algunas cosas, migrantes sin derechos para otras. La Unión Europea, no está muy lejos de esa concepción. En la cercanía, tuvimos en Gorramendi un centro de comunicación para combatir a la Unión Soviética y ahora una base militar para entrenamientos como es el Polígono de las Bardenas, estratégica en dos grandes invasiones yankees como las de Vietnam e Irak. EEUU tiene en la actualidad 452 bases militares en Europa. Símbolos físicos en el aspecto bélico. La colonización en otro orden (farmacéuticas, espectáculos, tendencias sociales…) es de tal magnitud que hoy estamos en condiciones de poder responder con mayor celeridad a cuestiones relacionadas con el paisanaje de Malibú o el Greenwich Village que a las de las Cortes de Bilbo, tan bien definidas por el ya fallecido Pepe Rei. Y, con esta campaña permanente de propaganda, seguimos creyendo que los modelos experimentados en Washington son los nuestros, que EEUU es el país de la emancipación, el mismo que exporta los principios constitucionales de la libertad, igualdad y fraternidad, los que soportó la Revolución francesa. Y eso es tan falso como que la tierra es plana. La limitación de libertades llega desde EEUU (la última, la restricción del aborto), a pesar de que pensemos que ellos fueron los que exportaron los derechos LGTBIQ, los de la igualdad de género y los del respaldo a las minorías. Y creemos, con toda la candidez posible, que el planeta respira en nuestras mismas coordenadas, por muy progresistas y necesarias que sean. Eso también es falaz. El mundo mundial sigue siendo racista, patriarcal y homófobo, y por ello la mayoría de la humanidad apoya la política de Putin, incluidos los regímenes totalitarios o neofascistas como el de la India de Narendra Modi o la Arabia Saudí de los Al Saud. Seguimos en claves equivocadas, como si los Campos Elíseos de París, la Scala de Milán, la catedral de Colonia o la Gran Vía de Bilbo fueran el corazón del Universo. Tampoco Manhattan. La Guerra Fría concluyó y los dos bloques desaparecieron. Hoy es el mundo es multipolar. La visión social y cultural de Putin, tremendamente retrógrada a nuestros ojos, es la misma que destilan en al menos el 75% del planeta, en África, en Asia, en muchos escenarios de América, incluso en Europa… Sociedades y Estados patriarcales, incluyendo las castas de India, por cierto, desde hace meses el Estado más poblado del planeta. Sociedades que se rigen por códigos aún medievales. Desapareció la colonización, pero aún Occidente continúa creyendo que es el centro del planeta. Sin embargo, y desgraciadamente, somos un apéndice más de Washington. Y, por lo que parece, por mucho tiempo. Nuestra evocación a la democracia ateniense es tan anacrónica como patética. Reconocer nuestra irrelevancia es otra de las asignaturas pendientes. Luchemos por nuestros derechos y los de toda la humanidad. Desapareció la colonización, pero aún Occidente continúa creyendo que es el centro del planeta. Sin embargo, somos un apéndice más de Washington