EDITORIALA

Inhibición y silencio tras el ataque fascista de Soria

Hace quince días un donostiarra sufrió una agresión fascista cuando acudió con unos amigos catalanes y vascos a ver un partido de futbol en Soria. Desde entonces, este vecino del Antiguo ha estado ingresado en la UCI de Burgos, donde continúa. Felizmente, su estado ha empezado a mejorar y le acaban de retirar la sedación. Amigos y familiares han informado de que no fue un hecho fortuito, sino que fue víctima de una agresión perfectamente planificada por el grupo fascista llamado Soria Orgullo Numantino. Según su relato, tras reunir a sus acólitos en una capea, esa banda planificó la emboscada contra la afición catalana y, una vez perpetrada, se retiraron tranquilamente sin que la Policía española interviniera. De hecho, en el posterior atestado policial, esta gravísima agresión se redujo a una «herida accidental» de carácter «leve».

A pesar de que este ataque fascista ha estado a punto de costar la vida a una persona -como hace veinticinco años ocurrió con Aitor Zabaleta en Madrid-, apenas ha tenido repercusión mediática. No ha habido reacciones, ni acalorados debates, ni nada. Es como si no hubiera ocurrido. Una situación que choca vivamente con la polémica que se organizó hace poco a cuenta de los inaceptables insultos racistas que recibió un jugador del Real Madrid. Un contraste que apunta a una visión tremendamente parcial y clasista de la violencia en el futbol, en la que no tiene la misma relevancia lo que le ocurre a los jugadores de élite o a un simple espectador, aunque hablemos de una agresión que casi le cuesta la vida. Pero es que, además, tampoco se quiere entender la gravedad de este fenómeno. El contexto, la preparación abierta de la emboscada, la inhibición policial y el posterior silencio dejan traslucir una tolerancia cada vez más manifiesta hacia la violencia fascista que debería encender todas las alarmas.

El ascenso de la extrema derecha no es un fenómeno casual, sino una estrategia bien engrasada en la que se combinan la crispación y el odio con oportunos silencios. Y del mismo modo que se denuncian los exabruptos, es imprescindible denunciar también esos silencios.