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Cuando la luz del Cantábrico marcó la vida y la obra de Joaquín Sorollla

Joaquín Sorolla viajaba para pintar. Encontró en la costa guipuzcoana su lugar de veraneo durante tres décadas. Lo hizo movido por motivos pictóricos -la cambiante luz, que le obligó a cambiar la paleta-, y sociales -la presencia de la burguesía y la aristocracia españolas, que recalaban atraídas por los baños en el Cantábrico-. «Dejaron una huella significativa en su vida y en su obra», afirmó ayer Susana Soto, directora del Museo San Telmo.

En total, Sorolla dedicó más de 300 al paisaje vasco. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

“Viajar para pintar. Sorolla en San Sebastián“ muestra la estrecha relación que tuvo el artista con Donostia, Pasaia y Zarautz. También Biarritz. «Dejaron una huella significativa en su vida y en su obra», afirmó ayer Susana Soto, directora del Museo San Telmo, quien participó en la presentación junto a Enrique Varela, director del Museo Sorolla; Acacia Sánchez, comisaria de la muestra; y Jaime Otamendi, director de Donostia Kultura.

En el centenario del fallecimiento del pintor valenciano, la muestra da inicio al proyecto gracias al que su obra visitará los lugares que conoció de cerca -ciudades como Toledo, Valladolid o Sevilla- y cuyos paisajes protagonizaron sus cuadros. La exposición refleja el día a día del creador, en cuya agenda no faltaban sus visitas diarias al puerto, a la playa de la Concha o a la tertulia del Café Oriental del Boulevard de Donostia, donde departía con Darío de Regoyos, entre otros.

DESDE 1889 A 1921

Viajero incansable, la primera visita que realizó a Donostia fue en 1889, de regreso de París. Desde entonces y hasta 2021, disfrutó de innumerables estancias que plasmó en óleos acuarelas y, guaches. En los dos últimos años estuvo en la capital guipuzcoana incluso cuando enfermó tras el ictus que sufrió. Su familia mantuvo la esperanza de que el clima ayudara en su recuperación, algo que finalmente no sucedió.

«Tenía 60 años y había llevado adelante un trabajo titánico del que se calculan más de cuatro mil quinientas obras, de las que dos mil son pequeñas notas de color», contó Sánchez.

En opinión de la comisaria, destaca el periodo de la primera Guerra Mundial, «años en que San Sebastián se convirtió en el epicentro europeo del veraneo. Realizó los 17 lienzos de la serie ‘Rompeolas’, más de 15 paisajes de los montes y más de 50 notas de color de esa ciudad abarrotada».

Dos fueron las motivaciones de Sorolla para sus estancias en Gipuzkoa, acompañado por su mujer, Clotilde, y sus hijos María, Joaquín y Elena. Por una parte, la cambiante luz del Cantábrico, lo que lo obligó a transformar su paleta en favor de colores más tenues, en comparación con la brillante luz de la costa mediterránea.

La segunda razón es meramente social. «En sus amplias avenidas y en la playa de La Concha se dieron cita tanto la adinerada clientela del pintor, como su nutrido grupo de amigos en un ambiente cosmopolita, todos ellos seducidos por el nuevo concepto de ocio al aire libre que trajeron los principios higienistas en alza. En este contexto, Sorolla encontró en la ciudad el lugar más adecuado en el que pintar sus pequeñas notas de color y así ejercer como el sagaz cronista social que fue a lo largo de toda su carrera», dijo Sánchez.

En total fueron más de 300 obras las que Sorolla dedicó al paisaje guipuzcoano. La exposición es un recorrido por la totalidad de su proceso creativo, que fue evolucionando del realismo inicial a un estilo más deshecho, con la utilización de puras manchas.

Gran aficionado a la fotografía, la utilizaba con el objetivo de captar el movimiento y la espontaneidad en su pintura. En San Telmo el visitante puede contemplar tanto la obra pictórica como la fotográfica de Sorolla, dado que Sánchez ha creado un diálogo entre ambas. «En muchas ocasiones se trata de los mismos enclaves. A partir de las fotografías trabajaba la pintura posteriormente en el estudio, sobre todo en Villa Sorolla», apuntó.

TÉCNICA

Además, utilizó una técnica novedosa, «que consistía en la yuxtaposición de color según la teoría creada por Michel Eugène Chevreul, utilizada por casi la totalidad de artistas impresionistas. Llegaron a la conclusión de que, sobreponiendo colores complementarios, las obras ganaban en luminosidad: violetas, morados, rosas, blancos... colores pasteles que contrastaban entre ellos». Desde su llegada a Euskal Herria, Sorolla pintó al aire libre. Fueron “notas de color” tomadas en su caballete frente al paisaje, concebidas como obras finales en sí mismas. «Tienen un gran valor por su autenticidad y constituyen la esencia misma de pintura, al ser el medio más directo del que dispuso para captar la realidad», incidió la comisaria.

Hasta el 15 de octubre se exponen 27 de ellas, junto a diez lienzos, además de diversas fotografías. Su pintura no se limita a recoger el paisaje costero. El público puede ver también escenas del interior, realizadas en sus días de excursión.