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GAURKOA

23J: otro paso en el cambio de ciclo


El 28M un terremoto electoral sacudió el conjunto de Hego Euskal Herria. Eran las primeras elecciones pospandémicas y el inicio de un largo ciclo electoral. La legislatura del Gobierno de coalición, con apoyos determinantes del independentismo catalán y vasco, ha estado marcada por el desarrollo de una estrategia involucionista desde su inicio. Núcleos del Estado han impulsado desde el ámbito judicial, mediático y económico una «guerra sucia» político-comunicativa para revertir la situación y dotar de control político-institucional a los herederos del franquismo. Ese bloque involucionista no ha podido asimilar, entre otras cosas, que Euskal Herria Bildu haya sido determinante en contribuir a un gobierno que agrietaba el régimen del 78, en desalojar en Navarra a la ultraderecha y en ser clave en medidas sociales y económicas de corte progresista en una legislatura atravesada por la pandemia o la guerra en Ucrania.

Ese marco de polarización extrema era una amenaza a la que nuestro país ha respondido frenando a los adalides de esa involución neofascista y reforzando unas ansias de cambio en términos nacionales y sociales para afrontar los retos a los que se enfrenta el propio proceso político en nuestro país. En ese pulso ha intervenido con inteligencia y eficacia EH Bildu.

Hoy, tras casi quince años desde el inicio del cambio estratégico, el proyecto independentista liderado por la izquierda abertzale se ha reproducido constituyendo EH Bildu un instrumento político con evolución ascendente y garantía de cambio ante un tándem PNV-PSE que se neutralizan mutuamente para llevar al país a una parálisis convertida en trampa estratégica para nuestras aspiraciones nacionales y sociales. Hoy espacios sociales con trayectorias políticas diferentes comparten aspiraciones nacionales (reconocimiento nacional, derecho a decidir, soberanía, vertebración territorial, etc.) con demandas socioeconómicas, ecologistas, feministas y euskaltzales que progresivamente van dibujando un modelo alternativo. Y en ese objetivo EH Bildu está siendo capaz de proyectarse como ese «frente amplio» que necesitamos para propulsar el país desde un marco de división territorial, autonomismo y políticas contaminadas de neoliberalismo hacia escenarios de reconocimiento nacional, soberanía y cambio social.

El pasado 28M la ciudadanía valoró la trayectoria y apuesta de la izquierda independentista reportándole una clara victoria a nivel municipal y sólidos avances en los ámbitos forales. Resultados que marcan una orientación de cambio de ciclo en la voluntad popular, significando, además, una interpelación a la política estática de PNV-PSE en la CAPV y un reforzamiento de EH Bildu para neutralizar a la ultraderecha en Nafarroa, dando oportunidad a profundizar un cambio en todas las dimensiones.

Eso sí, para nosotros, la hegemonía electoral no significa una mera «sustitución» en los gobiernos forales o autonómicos sino en desarrollar, junto a otras fuerzas políticas y sociales, una hegemonía popular capaz de impulsar cambios estructurales en términos nacionales y sociales. La izquierda independentista no es ni debe ser una fuerza convencional en la concepción de la gobernabilidad. Ya conocemos la diferencia entre «estar» en el gobierno y disponer del poder. En este sentido, tener un gran músculo activo de base social y desarrollar una estrategia a largo plazo de inmersión en todos los espacios sociales estratégicos son complementos imprescindibles para hacer eficaz la evolución político-electoral.

En el reverso de la moneda del 28-M tenemos los resultados del PNV. La pérdida de 85.000 votos se ha presentado como un «problema» derivado de la abstención, como un estirón de orejas. Una lectura tan simple como ingenua que trasluce un desconcierto y estado de shock del que no parecen despertar. Ahora, parece querer dar «carnets» de abertzalismo, criticando de forma ridícula a la izquierda independentista, cuando acaban de acceder a los gobiernos de Gipuzkoa o Durango de la mano del PP y han posibilitado la alcaldía de Gasteiz al PSOE, también con el voto del PP, para evitar que EH Bildu pudiera liderar esos ámbitos institucionales como primera fuerza política electoral. ¡Vaya lección de abertzalismo! Pero, el verdadero problema del PNV está en la dificultad de reproducción de su proyecto político tras una década de conservadurismo nacional y social, de «estabilidad institucional» a costa de enterrar el Plan Ibarretxe y asumir los vetos del PSE en el nuevo estatus, de renuncia y/o falta de ambición en espacios estratégicos de un proyecto nacional, de casos de corrupción y clientelismo dentro de una gestión pivotada en lobbies económicos y enfrentada al sindicalismo y movimiento social, de un partido que solo tiene esqueleto institucional... y esto no se soluciona con mítines de campaña sino con una reflexión de carácter estratégico sobre el proyecto y las alianzas. Y en esto vemos un encefalograma plano.

En esta perspectiva, EH Bildu puede el 23-J dar un segundo paso en el cambio de ciclo de la política vasca. Una cita para reforzar tendencias y acelerar cambios sociopolíticos cualquiera que sea el escenario en el Estado. Es decir, el voto a EH Bildu tiene un doble valor, para frenar al neofascismo en el Estado y, sobre todo, en Euskal Herria para mover las alianzas y acuerdos políticos y sociales avanzando en un proceso soberanista y de cambio social. Hoy, pues, EH Bildu representa la izquierda social y el soberanismo consecuente, una nueva centralidad en la política vasca para impulsar la esperanza de cambio en la reconstrucción de una Euskal Herria en marcha hacía la república vasca.