Estado latente
Cuando suceden unas elecciones lo primero que nos viene a la cabeza es esa sensación de tener que decidir algo, renovar después y concluir que siempre es lo mismo y mañana será otro día. En una primera valoración a contracorriente sí hay que destacar que esta vez existía un cierto plus entre político y emocional que aspiraba a contener los códigos de conducta habituales y reventar los signos categóricos, fundamentalmente para corroborar impresiones y espantar algún fantasma de un pasado no tan lejano.
Decía un dirigente de la línea soviética que los políticos prometen construir un puente incluso donde ni siquiera existe un río, y con esta metáfora del ocupar todo sobre algo que quizá ni siquiera existe, notamos que todavía nos queda ese reducto de una Galia que aspira a no definir a sus habitantes, de no cargarse de excesivos códigos reconocibles y, sobre todo con la idea de construir una aldea con una sintonía tralará-tralará entre juvenil y con un toque de india metropolitana de los años 70, viajando al son de una guitarra Gibson trucada y al pairo de un viento favorable y unas cervezas en mesa mientras escuchamos un Long Play con temas de siempre para hacer más cercano al mundo.
Algo estamos cambiando a la hora de definir aquello que nos rodea, y en esa disyuntiva existe la impresión fundada de que a lo coyuntural y a golpe de timón de cualquier iniciativa política y partidista se le empieza a contraponer algo que nuestra sociedad vasca había perdido o que había obviado por impropia de un tiempo líquido, y que se fundamenta en aquello que comienza a ser estructural, enraizado en un discurso progresivo y sobre todo abierto a una posibilidad de voltear situaciones, crear espacios díscolos y generar un debate generacional sin contrapartidas.
Sí parece que estamos ante una oportunidad única por reivindicar que somos el 99% y que los ricos se queden con su 1%, que podríamos dar la razón a Orwell cuando predecía que la risa y el humor suelen constituirse en pequeñas revoluciones, y hasta cuando todavía nos abanicamos, en una coreografía inédita ante tanto vasco y vasca bajo ese humor seco y algo gélido que nos define, para pensar que podríamos pertenecer a alguna comunidad sureña y con otro tralará desternillante.
Tenemos que reconocer que hemos vivido una campaña electoral a ritmo de carretera y manta, bajo un colorido espectacular y al regazo de una fiesta repleta de abrazos, gestos de complicidad y sobre todo con ese logo de cuestión estructural que siempre te garantiza un futuro dinámico, abierto y hasta juguetón.
No es una cuestión de números, filias confesionales o permutas en listados imposibles donde hoy estás en una nube catódica y mañana necesitas tres horas de reflexión intramuros antes de comparecer con los esfínteres a flor de piel, con el gesto constreñido y haciéndote los recados Correcaminos mientras respiras hondo por el mal trago pasado dando explicaciones imposibles. Ha sido un ejercicio no lineal, sin firma, jugando con los tiempos y permitiendo la complicidad con quien te pregunta, te escucha o quien simplemente pasaba por allí y le gusta tu estilo y hasta lo que reivindicas.
Creo que se ha acertado en el modo, la forma y los contenidos. Es cierto que, hoy por hoy, lo estructural, lo fundamentado en tiempo y espacio, lo que necesita horas de cocción (las alubias de nuestras amatxus) puede parecer una rémora, un juego floral del pasado. Lo dudo. La puerta está abierta. Y parece que más abierta que nunca.