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EDITORIALA

Balance de aliados, adversarios y enemigos


Cuando las estructuras de poder degeneran y se burocratizan, la confianza mutua se extingue, los debates se empobrecen y las personas al mando no ofrecen su mejor versión, por así decirlo. Las causas pueden ser una acumulación sectaria de poder o la suma de decisiones erróneas. O ambas. Entonces, se enquista la mediocridad y no se atrae el talento. Incluso el que se tenía pierde lustre y seguridad. Nadie levanta la mano ante las obviedades y los delirios, porque los heterodoxos han quedado lejos de los núcleos de poder, mientras arribistas y parásitos juegan a ser críticos, cuando en realidad solo son ventajistas.

En esa coyuntura, no siempre se tiene la lucidez necesaria, pero hay que acertar a discernir aliados de adversarios, y diferenciar estos de los enemigos. Básicamente, con los aliados se coopera, con los adversarios se compite y contra los enemigos se combate. Mezclar los planos suele derivar en desviaciones. Como en todo, hay grados y la realidad obliga.

El cambio de fase histórica que supuso el deshacerse de ETA ha traído, entre otras muchas cosas, que se matice la categoría de enemigo y sus grados. Claro que el concepto no desaparece, porque es crucial para entender otras categorías y el mundo.

Porque los enemigos existen. En los estados español y francés la igualdad, la diversidad, la paz, la democracia, las minorías e incluso las mayorías tienen enemigos potentes que hay que combatir a diario.

Un panorama institucional un tanto desolador

Esas fuerzas reaccionarias no tienen apenas apoyo entre la ciudadanía vasca, pero conservan cierto poder de veto. Cuando mandan en Madrid y cuando el establishment se lo concede, como tributo al Régimen del 78 y a los «pactos antiterroristas». Sin embargo, en Euskal Herria existe un gran consenso social de que el enemigo común es la derecha española.

Ese acuerdo no es suficiente para implementar un nuevo tiempo que garantice todos los derechos para todas las personas. Más allá de los resultados electorales, una gran parte de las estructuras partidarias del país sufren las taras mencionadas al principio.

El PNV tiene, como mínino, un problema de liderazgo y de relevo. El legado de la entente entre Iñigo Urkullu, Andoni Ortuzar y Joseba Egibar es incierto. En clave de país, en Gipuzkoa, Gasteiz y Durango se han equivocado al vetar a EH Bildu con apoyo del PP. Confunde el enemigo y canaliza mal la impotencia.

Sus socios del PSE y del PSN no aciertan en sus lecturas ni cuando pierden ni cuando ganan. El orgullo les activa la chulería. Eneko Andueza y Ramón Alzorriz dan una imagen pobre de un partido que gobierna y pretende tener una oferta política propia.

El espacio de Sumar sigue siendo totalmente dependiente de los designios metropolitanos. Sin un proyecto autónomo para Euskal Herria su suerte depende de factores exógenos.

EH Bildu está en racha. Gana espacio y músculo, e influye como nunca, pero su propuesta necesita estructuras sanas y liderazgos fuertes con los que poder contrastar y negociar su oferta transformadora.

No es un mandato indescifrable

En estas elecciones la sociedad vasca ha designado interlocutores para sus demandas y ha dibujado equilibrios de poder con los que habrá que gestionar estas legislaturas. Faltan el Gobierno navarro, los comicios a Gasteiz y ver si hay repetición en Madrid, pero hay una base para enmendar errores y avanzar.

Por ejemplo, se han establecido algunos consensos, como el antifascismo. También se han perfilado nuevos conflictos, o al menos nuevas versiones de los antiguos. En el debate público sobresale una agenda de retos que son generacionales y a su vez urgentes: demografía y ciudadanía, cambio climático y soberanías, educación y cultura, sanidad y cuidados…

No se puede dar respuesta a estos retos desde los esquemas del pasado. En algunos temas harán falta supermayorías, en otros confrontación izquierda-derecha, en otros la identidad nacional será preponderante… Para todo ello hay que elegir aliados, adversarios y enemigos. Pueden variar en territorios, ámbitos y tiempos, pero la sociedad vasca ha dejado claras sus prioridades y merecen ser atendidas.