Juan Mari ARREGI
GAURKOA

Los rosarios del papa y el de la madre de Jon Etxabe

Nos ha dejado nuestro amigo y compañero Jon Etxabe. Sacerdote, militante de ETA, torturado, procesado de Burgos, condenado y encarcelado entre otras en la cárcel concordataria de Zamora... Ha dejado grabada una parte de su vida, especialmente su testimonio como torturado, en “Apaiz Kartzela”, cuyo documental elaborado por Maluta Films, que dirige Ritxi Lizartza, ha venido exhibiéndose por Euskal Herria y distintas zonas del Estado español.

Hoy, aquí y ahora, no seré yo quien escriba sobre la trayectoria de Jon. Son muchos los y las compañeras y amigas de vida y militancia, así como de vida carcelaria, quienes pueden hacerlo mucho mejor que yo. Hay, sin embargo, un testimonio muy directo que sí puedo aportar porque tuve el privilegio de estar presente allí en el momento en que se produjo y que guarda relación con la madre de Jon, Justa Garitazelaia Sarriougarte.

Se produjo en 1970, poco antes de la celebración del histórico juicio de Burgos en el que estuvo implicado también Jon Etxabe y en el que hubo peticiones de hasta seis penas de muerte y cientos de años. Quien escribe este artículo también estuvo implicado en ese mismo proceso por haber auxiliado a Mikel Etxebarria, «Makaguen». Este inició su fuga en la calle Artekale de Bilbao en abril de 1969 acusado de haber matado, en la misma, a un taxista en Arrigorriaga. Al estar en rebeldía, como Mikel, no fuimos juzgados en ese momento.

Semanas antes del juicio, en la primera quincena del mes de noviembre de 1970, un grupo de familiares de los procesados de Burgos decidió viajar al Vaticano con el fin de entrevistarse con el papa, entonces Pablo VI, y reclamar una denuncia de la represión que sufría el pueblo vasco y, en especial, de las torturas que habían padecido los procesados y cuyas declaraciones habían sido sacadas por esos métodos violentos. Entre los familiares, como los Onaindia, Uriarte, Gorostidi, Kaltzada, Llarena, Viar, etc., se encontraba también la madre de Jon Etxabe.

Sabedores de mi experiencia de otro viaje en 1968 al Vaticano durante la ocupación por 80 sacerdotes del Seminario de Derio, vinieron a Donibane Lohitzune donde estaba exiliado y me pidieron que les acompañara como portavoz. Pese a mis reticencias y escasa esperanza de resultados positivos, las acompañé.

Antes de que llegara la delegación vasca, pude contactar en Roma con José María Díez Alegría, jesuita y catedrático de Teología, y con el poeta y político español del PCE Rafael Alberti, exiliado y posteriormente diputado en el Congreso español. Ellos recibieron a la delegación y nos ayudaron a conectar con distintas instancias y, en especial, con la prensa internacional y partidos políticos a quienes pudimos poner al tanto del proceso de Burgos. Y, por ello, nuestro agradecimiento.

Tal y como me lo esperaba, el Vaticano no quiso recibir a esta delegación vasca. Dos de los familiares y yo mismo logramos llegar hasta la Secretaría de Estado y entregamos al cardenal Benelli, secretario de Estado del Vaticano, un informe con el testimonio de torturas de los procesados de Burgos y la exigencia al papa de una denuncia pública. Pese a que ese mismo día recibía al ministro de Asuntos Exteriores ruso, Gromiko, a nosotros se nos dijo que el papa no tenía tiempo y que, además, ya estaba informado y estaba actuando (para esa fecha, el Vaticano había aceptado que la vista judicial de Burgos fuera en abierto ya que, al estar implicados dos sacerdotes, el Concordato exigía fuera cerrado).

Sin embargo, ese mismo día por la tarde, el papa negro, tal y como se le llamaba al general de los jesuitas de todo el mundo, en ese momento el vasco Pedro Arrupe, nos recibió y se comprometió a hacerle llegar al dictador Franco el informe entregado también al Papa. Me consta que así lo hizo en persona en un viaje a Madrid.

Al día siguiente, la delegación vasca, cabreada con el papa y el Vaticano por no haber sido recibida, se disponía a volver a Euskal Herria cuando llegó un cardenal del Vaticano que dijo venir en nombre del papa. Reunida toda la delegación, les dijo que el papa seguía con interés el proceso de Burgos y que, en signo de solidaridad, les enviaba un rosario bendecido por él para cada familia. Inmediatamente, la madre de Jon Etxabe, Justa, la mayor de toda la delegación, sacó de su bolso un rosario y mostrándolo le dijo: «Rosarios ya tenemos y lo rezamos... Pero no hemos venido al Vaticano a pedir rosarios. Hemos venido a que el papa denuncie la represión contra el pueblo vasco y las torturas sufridas por nuestros hijos y hermanos. Por tanto ya puede devolver al papa esos rosarios... porque los rechazamos».

El cardenal quedó noqueado y sin palabras. Y los familiares, cabreados hasta este momento, empezaron a cantar el “Eusko Gudariak” y manifestaron «ahora por lo menos podremos decir a nuestros hijos que no nos hemos dejado engañar por el papa ni el Vaticano». Y así se fueron a la estación de ferrocarril de Roma desde donde volvieron a Euskal Herria.

Para evitar problemas policiales, esperamos a que esta delegación llegara a casa para hacer público en una rueda de prensa en Roma este viaje, sus objetivos y los resultados, negativo con el Vaticano y positivo con el general de los jesuitas, padre Arrupe, así como el rechazo por parte de los familiares vascos de los rosarios bendecidos por el papa.

El Vaticano no solo no recibió a esta delegación vasca sino que además, tras nuestra rueda de prensa, tuvo la desfachatez de mentir diciendo, a través de una nota oficial en Radio Vaticano y “L’Observatore Romano”, que si la delegación vasca no había sido recibida por el papa fue porque habíamos ido a «pedir la intervención a favor de la independencia de Euskadi, algo en lo que la Iglesia no podía entrar».

Frente a tal mentira y manipulación, y en contra del informe entregado en el mismo Vaticano, donde se exponían nuestros objetivos y peticiones, intenté, para desmentirlo, entregar en esos centros oficiales vaticanos una nota oficial como portavoz de la delegación vasca, pero, incomprensiblemente, al conocer mi identidad como portavoz de la delegación, no quisieron recibirme y en consecuencia la mentira oficial se mantuvo. Y se mantiene. Sí, el Vaticano mintió descaradamente. Y nosotros, al menos yo mismo, porque el resto va desapareciendo, somos incómodos testigos.