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El riesgo del hijo-bala


Nadie está vacunado de tener un hijo-bala -o incluso de serlo-. El presidente Petro no es el único político que lo sufre. Que se lo digan a Joe Biden, quien lleva décadas capeando a su hijo Hunter, sospechoso, entre otras cosas, de cabildeos con gobiernos extranjeros, incluido el chino.

Son sus oscuros negocios los que los republicanos utilizan para poner en marcha el ventilador en plena acumulación de imputaciones contra el expresidente estadounidense.

Llegamos así a uno de los nudos del «caso Nicolás». Petro Burgos (no el del «Pequeño Nicolás» español).

A nadie se le oculta que el establishment colombiano busca el derrocamiento del antiguo guerrillero desde que llegó al poder en agosto de 2022.

La utilización de los tribunales para tumbar gobiernos de izquierda («Lawfare») es una constante en Latinoamérica desde hace años, en el Brasil de Lula, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo Morales y, estos días, en la Guatemala del aspirante presidencial Bernardo Arévalo.

Habrá que esperar en qué se sustancian las acusaciones de que el dinero del narcotráfico a Petro-hijo fue a parar, en parte, a la campaña electoral de su padre. De momento quien lo sostiene es el fiscal, que ha ofrecido a Petro-hijo una rebaja de su condena a cambio de colaboración.

Otra cosa es que Petro hubiera dejado, sin saberlo, que su hijo Nicolás aprovechara las expectativas electorales de su padre para, de paso, enriquecerse. No sería la primera vez que un padre, sea político o no, se convierte en víctima de su hijo-bala. Despecho y traición al padre para salvar el propio cuello.