Iratxe FRESNEDA
Docente e investigadora audiovisual

Si no puedo cantar, no es mi revolución

Ocurren cosas terribles en el mundo. A veces no somos conscientes o desconocemos lo que sucede a nuestro alrededor. En algunas ocasiones preferimos mirar hacia otro lado, casi paralizados ante acciones que nos parecen parte de la fantasía-ficción-realidad de los videos que nos llegan por las redes. Casi como si estuviéramos anestesiados, somos capaces de ver cualquier barbaridad, asombrarnos, reírnos, asustarnos con la distancia que marca el hecho de que se trata de una grabación y de que no sucede ahora ni siquiera demasiado cerca. Siguen ocurriendo cosas terribles cada día y no se trata únicamente de la naturaleza sino más bien de la incivilización en la que sobrevivimos. Por encima de las maldades individuales o colectivas que puedan llevar a cabo los seres humanos, una de las peores es la que se institucionaliza, la que se convierte en ley, en procedimiento legitimado. En Estados Unidos, la ciudadanía no tiene derecho a una sanidad pública, si eres pobre, te juegas la vida. En Afganistán, el Ministerio de la Virtud y Prevención del Vicio recuerda que «la música corrompe a las personas y lleva a la sociedad al declive». Los instrumentos musicales acaban en hogueras y los músicos, detenidos. Las personas descuidadas por las políticas de desatención gubernamental no aparecen en las redes sociales y las únicas músicas que se escuchan, cada vez más, son las del adoctrinamiento colectivo.