Alfredo OZAETA
GAURKOA

Apologias varias

Concepto que más allá de su definición (discurso en justificación o defensa de algo o alguien desde el convencimiento de quien lo realiza) ha dado y da tanto juego a la judicatura política en sociedades y sistemas de dudosa democracia. Sus subjetivas interpretaciones con ánimo y al objeto de penalizar, desprestigiar o socavar opiniones y valoraciones de acontecimientos o actuaciones han sido utilizadas unidireccionalmente para limitar la libertad de determinadas expresiones.

Cierto es que desde su etimología griega pueda dar origen a interpretaciones varias, pero igual de cierto es que su utilización desde los aparatos del sistema político y judicial ha sido dotarla de carga punitiva hacia el adversario y enemigo, degradando su propia génesis conceptual en cuanto a defensa argumentada, basada en la libre opinión. Este carácter peyorativo del concepto les sirve para utilizarlo de forma torticera con el fin de desactivar lo que no quieren o no conviene escuchar. En contraposición, para lo que consideran políticamente correcto hablan de «encendida defensa» o «ocurrencias».

Ejemplos: el simple hecho de cuestionar o no creerse los discursos oficiales de políticos, fuerzas policiales, jueces y medios de comunicación negando torturas a militantes o disidentes políticos, cuando las evidencias y pruebas de su existencia son irrefutables, dan lugar a considerarlo como connivencia o apología del terrorismo. O el simple hecho de solicitar información sobre el origen de la pandemia, acerca de la eficacia de sus medidas paliativas o de la política de vacunación masiva e intensiva a todos los ciudadanos, se pueda tachar de apología del negacionismo, cuando la única intención es recabar información rigurosa, científica e imparcial para confrontar o refutar la que llega desde los grandes poderes o grupos de información y presión como farmacéuticas, fondos financieros, etc.

Esta distorsión, ¿perversión?, de las palabras y el lenguaje es muy propia de los sistemas de bajo perfil democrático, donde la decencia o respeto ocupa un lugar secundario e irrelevante en su objetivo de imponer su totalitarismo y pensamiento único.

Así, no es de extrañar que desde ideologías y corrientes fascistas le den carácter de normalidad al soborno, compra de voluntades y corrupción sistemática. Cómo si no se puede interpretar que dirigentes políticos soliciten a cargos electos que traicionen su ideario. Algo que pudiera ser entendible dentro de un proceso de «conversión» o «apostasía» personal, pero del todo inaceptable desde la traición y fraude a los electores que han confiado y creído sus propuestas basadas en principios ideológicos. Esto ya son palabras mayores. Y para mayor burla recurren a valores de los que ellos mismos carecen.

Esta propuesta vista en cualquier sociedad normal suscitaría además de un rechazo generalizado, una clara tipificación de apología de la corrupción. Pero claro, esta fragante intromisión en pervertir el mandato de las urnas es totalmente aceptable para los que siguen instalados en sus mantras: «todos los políticos son iguales»; o en el castizo dicho, «el que no roba es porque no sabe o no tiene dónde». Dichos del acervo castellano y que incluso hacen gracia, pero que tanto daño hacen a la pedagogía de convivencia en valores.

Curiosas y peligrosas interpretaciones fomentadas por seudo intelectuales, mediocres politólogos y grupos de presión con la intencionalidad en desactivar y vaciar de contenidos las aspiraciones de muchas personas y colectivos en conseguir un planeta en paz, habitable y más armonioso para todas sus pobladoras.

Porque ni todos los políticos son iguales ni todo el mundo roba o tiene intención de hacerlo. Existe, afortunadamente, una mayoría de personas honradas y cargos públicos con vocación de servicio a la construcción de una sociedad más justa, libre, democrática e igualitaria.

Es como reclamar humildad a terceros desde la arrogancia del partido dirigente en nuestra CAV. Algo que puede entenderse desde la frustración y el enfado de no ver cubiertas sus expectativas o en el engreimiento de pensar que su hegemonía podía ser para toda la eternidad. Pero que difícilmente es entendible cuando han hecho gala en sus discursos y actuaciones de apología de la soberbia, sin la más mínima autocrítica: favoritismos, puertas giratorias, enchufismo, seguridad, Bidegui, Zubieta, Cabacas, Zaldivar, Miñano, etcétera, etcétera. Tristes y muy dolorosos episodios en algún caso, donde la prepotencia que da la fuerza y el poder ha sido su seña de identidad.

Y dentro de las apologías varias, ¿puede considerarse el vitorear a un delincuente, por muy Borbón que sea, apología a la criminalidad? O liberar a un facineroso, convicto y confeso de abundantes asuntos delictivos, Sr. Villarejo, al día siguiente de ser condenado a 19 años de prisión, cuando a militantes políticos vascos por causas mucho menores, y después de haber pasado largos periodos encarcelados, se les revoca el tercer grado concedido por las instituciones y sus profesionales, en base a recursos auspiciados por impulsos políticos de determinados fiscales. ¿Pudiera esto considerarse como apología de prevaricación u odio? Y cómo interpretar que la pata izquierda de la derecha, la socialdemocracia, negadora de derechos elementales como el libre derecho de autodeterminación, se postule como progresista. ¿Puede esto estimarse como apología de la impostura?

En fin, creo que estamos asistiendo a algo parecido a lo que pudiera considerarse como apología del disparate o despropósito y no solo en el país vecino, también en el propio.