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EDITORIALA

Hay que elegir bien dónde plantar trincheras, porque a partir de ahí se decanta la sociedad


Las negociaciones en Nafarroa hasta llegar a la investidura de María Chivite, que tendrá lugar este martes, y los movimientos para conformar la Mesa del Parlamento español, de cara a articular una mayoría progresista y plurinacional para reeditar el Gobierno de Pedro Sánchez, están marcando la actualidad política estival.

Las elecciones y la gestión de los resultados son centrales a la actividad política, pero suponen a su vez una distorsión, porque reducen esa actividad a lo que hacen las estructuras partidarias. Con excepciones como la votación de las bases de EH Bildu para decidir qué hacer en el pleno que arranca mañana, la política depende en gran medida de esas estructuras y cargos. La conversación pública reproduce sus criterios y obsesiones. Más allá de la retórica y la toma de posiciones, no se le habla a la ciudadanía, ni esta participa del diálogo. Poco margen queda para sostener una visión más amplia y rica de la actividad política.

No obstante, en Nafarroa ya comienza la legislatura. Los pactos, los bloques, las alianzas y las discrepancias ya están vigentes y la mejor forma de influir políticamente es articulando mayorías sociales, no grupos de presión.

Las transformaciones vendrán de esas decantaciones sociales, no de decretos -aunque las instituciones deben acompañar esos cambios-. Según avanza el tiempo hay gente que lo olvida, pero el cambio político llegó bastante antes a la sociedad navarra que a las instituciones, aunque las estructuras de poder intenten tergiversar el orden de los acontecimientos.

UNA REALIDAD COMPLEJA Y TOZUDA

Ese cambio se ha consolidado y, a su vez, se ha ralentizado. En la legislatura de 2015 no era posible con el PSN y a partir de la siguiente ya no es viable sin el partido de Chivite. En ese camino, esa fuerza es la que más ha cambiado, pero aún sostiene dogmas que frenan un avance social y democrático más audaz.

Mantiene una fascinación por la metrópoli que la convierte en subordinada, reduce su autonomía y rebaja el valor que la soberanía tiene para ellos y ellas. No reniegan de la cultura vasca, pero la desconocen y una parte importante de sus bases le tiene alergia e intereses contrapuestos. Siempre miran de reojo a la derecha, porque en algunos pueblos sus bases son limítrofes y porque en otros han vivido 80 años apocados frente a los matones y sus herederos.

El pacto alcanzado con Geroa Bai y Contigo-Zurekin refleja esos límites. Junto con el talento demostrado por EH Bildu y el aislamiento victimista que se ha autoimpuesto la derecha, este es el terreno de juego institucional. Queda por ver qué pasa en los municipios donde se han cedido las alcaldías a la minoría. Recuperarlos aceleraría algunos procesos, lo que da vértigo a los conservadores de uno y otro bloque.

Sin embargo, el juego político es mucho mayor si se amplía el foco a la realidad social navarra. Las estructuras ya han hablado y pactado entre ellas. Ahora hay que abrir el diálogo a la sociedad. A su parte militante, claro, pero también a la que en diversos grados apuesta por mejorar la cultura democrática del país.

El dinamismo y el compromiso de la sociedad civil en Nafarroa -mayormente vasca y de izquierdas- es remarcable. En las fases de resistencia, frente a la segregación, se ha mostrado inquebrantable. En modo constructivo, ha innovado y articulado una comunidad que afronta realidades muy diversas.

Es el caso del trabajo por la supervivencia y el desarrollo del euskara. Ese movimiento ha hecho un balance, ha constatado el valor de lo logrado y analizado los límites de lo probado hasta ahora. Tiene un plan para ampliar la parte de la sociedad navarra que está a favor de la lengua vasca y su cultura. En esa decantación, es crucial acertar al colocar las trincheras. Si lo logra, puede ser inspirador para el país entero.