Raimundo FITERO
DE REOJO

Cuando suenan las sirenas

Quienes viven o han vivido en zonas portuarias o industriales tienen asumidos lenguajes sonoros que van señalando momentos concretos, actividades o circunstancias y que se acumulan o se enfrentan a los campanarios que han marcado desde siglos el ritmo de la vida tanto rural como urbana en los albores de la concentración demográfica en las ciudades. Las entradas y salidas de las fábricas se incrustaban en la vida cotidiana de la población con sus sirenas.

Las imágenes desoladoras de la ciudad de Maui, en Hawái, son excepcionalmente duras, apocalípticas, impropias de una de las estrellas de EEUU, pero nos vienen a recordar que existe una excesiva permisividad en los métodos de prevención y socorro. Parece que confluyeron unas circunstancias que se retroalimentaron hasta provocar un desastre descomunal que de momento contabiliza ochenta y tantos fallecidos y cientos de desaparecidos. Lo más desconcertante es que los que han sobrevivido a la destrucción denuncian a las autoridades porque no hicieron sonar las sirenas de alarma en el momento oportuno. Unas sirenas que suenan cuando hay inclemencias temporales previsibles, pero que al parecer no sonaron a tiempo.

Cuando suenan las sirenas hay que correr de manera automática a protegerse del agua, el fuego o la guerra. Nos hemos acostumbrado en los últimos meses a esta retórica narrativa en Ucrania, cuando se escucha este instrumento de protección con terca asiduidad. Es el símbolo histórico del horror de los bombardeos en zonas civiles de todas las guerras habidas y por haber.