Dabid LAZKANOITURBURU

La OTAN, Ucrania y el globo sonda

Con la contraofensiva ucraniana que, si avanza, lo hace de momento muy lentamente en Donetsk y Zaporiya, y con Rusia hostigando las recientes reconquistas de Kiev en Kupiansk (provincia de Jarkov, o Jarkiv en ucraniano), hete ahí que hace unos días el segundo del secretario general de la OTAN va y suelta en un foro en Noruega la «perla» de que Ucrania podría ceder territorios a Rusia a cambio de la promesa de su ingreso en la OTAN.

Es bien sabido que la temporada estival ha llegado hasta a Escandinavia y que esta época del año es pródiga en salidas de tono que se magnifican mediáticamente con las manidas «serpientes de verano».

Pero que el jefe de Gabinete de Jens Stoltenberg, Stian Jenssen, verbalice semejante «solución al conflicto», aunque sea en la turística localidad noruega de Arendal, suena más a globo sonda que a los ecos de una noche de agosto especialmente animada en tan altas latitudes.

Es evidente que Occidente, pese a que ve con creciente preocupación el enquistamiento de los frentes de guerra ucranianos, sigue y seguirá suministrando armamento y ayuda a Ucrania, aunque siempre mirando de reojo la reacción de una macropotencia nuclear como Rusia.

Porque intuye que los déficits estructurales, tanto en el ámbito económico -sin obviar el peso de las sanciones- como militar, del geográficamente gigante euroasiático, y la renuencia de sus potenciales aliados (BRICS) a ayudarle, sitúan a Rusia lejos de una victoria militar.

Pero otra cosa es la capacidad de una Ucrania económicamente hundida y con problemas, de demografía y de motivación de muchos de sus jóvenes a un martirio casi seguro, para romper las defensas rusas (la famosa línea Surovikin), minadas y reforzadas durante meses. El último servicio al país del defenestrado general.

Podrá Kiev reivindicar que no parará hasta expulsar a los rusos de la Península de Crimea. O incluso que refundará el rus de Kiev. Pero al ritmo que va su contraofensiva, no ya en el Donbass sino hacia Melitopol y Mariupol, en el Mar de Azov, tardaría en llegar no ya meses ni años sino ¿ lustros?

Y eso es, ni más ni menos, lo que sugirió Jenssen desde el vértice oeste y veraniego de la Península de Escandinavia.