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CRÍTICA: «EN LO ALTO»

El autor, ante su espejo cambiante


Se dice de Hong Sang-soo que siempre nos cuenta la misma historia pero, de tal manera, que siempre parece diferente o, al menos, siempre aporta cuestiones novedosas. El maestro surcoreano alterna con una seguridad total los momentos más emocionales con los más implacables y dentro de una geografía humana en la que el propio director se coloca en mitad de ella. Asumiendo ser un reflejo cambiante dentro de un espejo que subvierte lo cotidiano en beneficio de lo que plantea la trama.

El prolífico director vuelve a contar con su alter ego, Kwon Haehyo, quien interpreta ahora a un director de cine de mediana edad que visita con su hija un edificio propiedad de una vieja amiga, encarnada por Lee Hyeyoung -otra habitual en sus películas-. Mientras suben uno a uno los pisos del edificio, desde el sótano a la azotea, al protagonista se le abren diferentes posibilidades que podrían alterar su vida.

El cineasta vuelve a recurrir a sus herramientas habituales: largas conversaciones atrapadas en un plano fijo, y a través de una estructura circular, la trama fluye calmada y se desglosa mediante cinco elipsis en las que el protagonista asume diferentes rutas en su vida cambiante.

En este recorrido tan singular como personal, también hay espacio para la ensoñación y todo ello servido en un cóctel que combina algunas de las cuestiones que siempre plantea el director: las peripecias sentimentales, la creación artística y sus miserias, las relaciones familiares o los momentos presentes siempre aptos a ser alterados. Sang-soo recurre nuevamente a su concepto de cine “guerrillero”, sirviéndose de un equipo técnico muy limitado y en el que el propio autor se desdobla ejerciendo de montador, director de fotografía e incluso compositor de la banda sonora.