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EDITORIALA

Se inundaron las calles y abrimos los ojos, lecciones que nos llegan 40 años después


Todo aquel que fue testigo de las crecidas de los ríos en agosto de 1983 guarda imágenes en la retina, y sabe señalar con precisión hasta qué punto subió el agua en su barrio o pueblo en la impresionante crecida, qué puentes desaparecieron de la vista y qué objetos vieron flotando río abajo. Recordará el lodazal de los siguientes días y el grupo de voluntarios en el que echó una mano.

Se cumplen este fin de semana 40 años de las mayores inundaciones registradas jamás en Euskal Herria, que afectaron a gran parte de sus territorios, desde Lapurdi hasta Bizkaia, pasando por Nafarroa y Gipuzkoa. Un auténtico frente, en el que la zona de Bilbo, que se encontraba en plena Aste Nagusia, fue especialmente castigada. Por eso, la celebración misma de las fiestas populares de la capital vizcaina nos trae a la memoria cada año aquellas inundaciones que asolaron la ciudad y el país. Ayer las comparsas llevaron a cabo un acto conmemorativo.

Con el mismo motivo, este medio ha publicado durante los últimos días una serie de reportajes y entrevistas con el ánimo de recordar todo aquello, pero también con el objetivo de traer a la actualidad la cuestión de las «catástrofes naturales», desde la convicción de que mucho de lo que ha ocurrido en torno a ellas poco tiene de natural.

Aquellos días abrimos los ojos ante dichas «catástrofes naturales». La factura en pérdidas materiales y humanas fue enorme; el dolor, intenso. Decenas de muertos, inmuebles destrozados, negocios arrasados, vidas rotas... Aun así, frente a la desesperanza, también hubo aspectos positivos, de los que estar incluso orgullosos y orgullosas como país.

El trabajo comunitario para hacer frente al desastre durante los siguientes días fue colosal, y demostró la existencia de un pueblo cohesionado. Asimismo, se constató un alto sentimiento ecologista en la sociedad vasca, gracias a que, por ejemplo, la lucha antinuclear había alcanzado una gran centralidad en aquella época. La naturaleza debía ser respetada. Y, además, desde el ámbito institucional se tomaron en los años posteriores una serie de medidas en torno a los ríos para evitar que la desgracia se volviera a repetir en términos tan descomunales.

ACTUAR EN LA BUENA DIRECCIÓN

Lógicamente, en este tiempo muchas cosas han mejorado, pero dichas mejoras solo servirán si se trabaja en la buena dirección. Los expertos consultados lo tienen claro: por una parte, las soluciones en torno a los ríos deben estar basadas en la naturaleza y en la infraestructura verde y, por otra, una planificación sobre el agua tiene que tener en cuenta al conjunto del territorio. Principios rectores que no deben ser subordinados a intereses particulares.

Se debe responder mediante planes urbanos adecuados, desde los recursos públicos en el momento de cada incidencia -por eso son tan preocupantes denuncias como la de los bomberos de Donostia por falta de inversión-, con agilidad para paliar los daños producidos y con perspectiva para aprender y mejorar de cara al futuro.

CAMBIO CLIMÁTICO

Este último aspecto resulta crucial en la coyuntura en la que nos encontramos, debido al cambio climático que se está produciendo en el planeta a consecuencia de la desbocada actividad humana y que hace que aumenten los fenómenos meteorológicos extremos. Las olas de calor de los últimos tiempos han servido de indicador de una tendencia evidente.

Estamos, pues, ante un desafío doble: intentar revertir o, al menos, frenar el calentamiento global y, al mismo tiempo, prepararnos para hacer frente a sus nocivos efectos, que ya están aquí.