GARA Euskal Herriko egunkaria

En carne propia


Se embarcó en pesqueros, bajó a las minas, faenó en granjas, trabajó en fábricas como la Renault, fue brigadista de la Columna Durruti en el frente de Aragón, ayudó a refugiados de Hitler y de Stalin, fue miembro de la Resistencia francesa… y escribió cientos de páginas.

Simone Weil (París, 1909) murió a los 34 años de tuberculosis en plena guerra mundial al negarse a ser tratada en solidaridad con los que no tenían nada. Rabiosamente heterodoxa, su obra y vida se basan en el compromiso con el otro, en una solidaridad radical con los que sufren: la filosofía ha de ser habitada y vivida, no un mero ejercicio académico.

El sufrimiento del otro debe ser atendido porque es inaceptable, y es necesario suprimir el propio yo para hacer sitio al yo de los demás; la atención, afirmó, «es la forma más escasa y pura de generosidad» e insistió en que la educación debe consistir en formar en el desarrollo de la atención. En la cadena de montaje Weil experimenta la “aflicción”, una opresión inexorable que no engendra rebelión, sino sumisión; es preciso «transformar a los afligidos en seres incapaces de aceptar la servidumbre». Alertó también sobre los peligros de una razón científica que nos conduce a la alienación: cuestionamiento de lo nuevo para no caer «en el desconcierto o en la inconsciencia». Camus dijo que Weil fue «el único gran espíritu de su tiempo». De esta filósofa actualísima se edita y reedita su obra cuando se cumplen 80 años de su muerte.