Hemos elegido a nuestros representantes, hablemos de democracia
Los que nacimos durante la dictadura de Franco, solíamos escuchar que iba a venir la democracia y que con ella todo sería mejor. Como no sabíamos de qué se trataba, a veces nos preguntábamos cuándo vendría, que cómo sería, que si vendría por mar o quizás por el monte.
Al final llegó y el Estado español y, por supuesto, Euskal Herria, de la noche a la mañana pasaron de la oscuridad a la luz. A partir de ahora, toda nuestra vida, todas nuestras dificultades serían tratadas bajo la luz de la democracia. Ya por fin no íbamos a estar tan desamparados.
Todos los males padecidos, todo el descontento de unos y otras, tanto resentimiento, serían a partir de ahora lavados y diluidos por el centrifugado de la gran maquinaria de la «democracia». Los ciudadanos, unos detrás de otros, con una expresión grave y ante la bendición de los guardianes de esta maquinaria depositarán cada cierto tiempo sus últimas voluntades, toda su mala leche o su última esperanza, en unas urnas donde la «democracia-esencia» realizará el lavado.
Los afectos de unos y otras, todas esas emociones convulsas, esos anhelos insatisfechos serán como por arte de magia renovados y transformados en la ilusión de un nuevo futuro, de un después, de una espera.
Cada ciudadano con sus sentimientos más diversos delegará, a través de la papeleta depositada en la urna, en sus representantes elegidos, sus deseos de mejora individual y colectivo. Los ciudadanos transformados ahora en papeletas representarán la voluntad del «pueblo» y para validar la verdad o verdades de este «pueblo papeleta», una vez desactivadas las voluntades reales que a través de la palabra y la escucha, Alfredo, Iñigo, Miren, Itziar, hubieran podido expresar, discutir y decidir juntos, se recurrirá a la sabiduría del número, a la contabilidad. La «verdad» construida entre todos, esa verdad que podría representar la voluntad popular, será sustituida por el criterio contable de la «mayoría», en quien se depositará la soberanía del pueblo-papeleta.
A través de esta mutación psicológica, los ciudadanos renuevan explícitamente sus representantes e implícitamente el «consentimiento», es decir, la aceptación de las reglas de juego que les mantienen en la servidumbre, en la ignorancia y en la alienación. Al menos, si vivir es decidir como algunos creemos.
El lavado y la alquimia que la «democracia-esencia» produce, además de la renovación del consentimiento, inviste a los representantes del pueblo-papeleta, de un don especial, de un halo, de una luz, y los convierte en «Elegidos», en el sentido divino del término. Han sido investidos por la voluntad de los ciudadanos, del pueblo (demos)-esencia. A partir de ahora, cuando piensen, cuando hablen, cuando decidan, lo harán con pleno convencimiento, ya que la verdad-Dios-demos está con ellos, o mejor aún, ellos mismos se sienten semidioses, y decimos semidioses porque los dioses son otros, Bernard Arnaud, Elon Musk, Bil Gates, Florentino o Garamendi.
Por otra parte, cabría recordar que el pueblo no esencia, se manifiesta cuando dice «no» como nos diría Agustín García Calvo. Por ejemplo: en el acorazado Potemkin, en el «no» a la Constitución y a la OTAN en Euskal Herria, en las rotondas de Francia con los chalecos amarillos, en el «no» a la Constitución Europea del pueblo francés en 2005, etc.).
Y a esto quería llegar, a mostrar como el neoliberalismo hace uso de los gobiernos representativos a los que llama democracia liberal para producir el consentimiento de las masas consideradas escoria, morralla, incapaz de pensar y gobernarse por sí misma (Edward Bernays, Walter Lippman, etc.). Todos estos multimillonarios lo tienen claro, la ilustración se terminó en ellos, el pueblo es ignorante e ingobernable y, por tanto, ha de ser manipulado para que su cerebro se adapte a la gran sociedad, al flujo interminable de mercancías y personas, a una sociedad en plena actividad, siempre haciendo algo. Una sociedad, unos individuos que ofrecen su vida, su tiempo y atención al mercado, alienados hasta la médula, aburridos y deprimidos, pero siempre haciendo algo, siempre en movimiento y consumiendo, buscando satisfacer las pulsiones derivadas de la ansiedad y angustia que provoca no construir su propio deseo, no decidir y, por tanto, no vivir.
Ante lo dicho alguien podría tachar estas reflexiones de complotistas, pero aun a sabiendas de que las cosas son muy complejas y que muchas causas convergen en una consecuencia que a la vez deviene causa, existen datos y estudios que nos muestran como el nuevo liberalismo necesita del Estado y de la democracia-esencia para realizar sus objetivos de acumulación lucrativa y para evitar cualquier sublevación por medio de la fabricación del consentimiento, es decir, de mal llamada «democracia representativa».
El título del artículo daba a entender que hablaríamos de la democracia, sin embargo, solo hemos hablado de gobiernos representativos impulsados por esencialismos que no muestran sino un panorama bien sombrío.
Quizás habría que remontarse a Atenas para acercarnos al ejercicio de la democracia, sin mujeres ni esclavos ni extranjeros, por tanto, incompleta. ¿Pero dónde buscar en una historia antidemocrática de la democracia, como dirían Barbara Stiegler y Christophe Pébarthe?