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Una cuestión de ADN


En agosto, las páginas más frívolas de la prensa, se han cerrado con el divorcio del actor Kevin Costner. La verdad es que me importan muy poco los problemas sentimentales de Costner, lo que ocurre es que me ha dado que pensar un titular, que bien leído, deja de ser algo banal y se convierte en un retrato despiadado de la diferencia de clases sociales que domina el mundo. En el divorcio, su esposa Christine exige al actor la cantidad de 160.000 dolares mensuales para sufragar los gastos de sus hijos porque, como ella asegura, «la vida de lujo está en el ADN de los chicos». Sin citar el ADN, ese mismo determinismo ha sido un clásico histórico para defender la desigualdad, la injusticia, la pobreza, el expolio y la acumulación de riqueza y privilegios. Existió en los antiguos imperios, en el dominio religioso de la Edad Media y en el absolutismo del Antiguo Régimen. Es la esencia que instituyó Aristóteles para justificar la esclavitud y dejar sin derechos a la mujer; la misma que, ayer y hoy, utiliza el fascismo y el racismo de toda la vida. Es, aparte de una insolencia de millonaria acostumbrada a serlo, el exponente del individualismo feroz al que conduce la falta de pensamiento crítico en un sistema «en estado de emergencia educativa» y abandonado al control de las empresas digitales.