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Carlos III, el Privilegio de la Unión y la monarquía española


Carlos III el Noble no nació en Pamplona, ni siquiera nació dentro de los límites de lo que hoy podríamos denominar la Navarra «histórica». Vio la luz el 22 de julio de 1361 en la localidad francesa de Mantes, a las afueras de París, hijo de una noble francesa, Juana de Valois, hija del rey de Francia, y el heredero de la corona navarra, Carlos II de Evreux, aquel al que los franceses pusieron el sobrenombre de «le Mauvais», es decir «el Malo». La lengua materna del joven príncipe era la francesa, respondía al nombre de Charles, y no pisó Pamplona hasta 1366, cuando tenía ya 5 años. Si a esto le unimos el hecho de que pasó parte de su juventud en la corte francesa, como rehén del rey de Francia, que quería así sujetar a su padre Carlos II, concluiremos que nada hacía pensar, en el momento de su nacimiento, la trascendencia que el joven príncipe iba a tener para la historia de Pamplona.

Siempre suele decirse que el reinado de Carlos III fue un remanso de paz y prosperidad para Navarra, pero esto solo puede aceptarse sin reservas si lo comparamos con el reinado de su padre, que implicó a Navarra en la guerra de los Cien Años, y que dejó al reino exhausto y sin recursos. Por lo demás, también en el tiempo de Carlos III hubo problemas, tanto exteriores como los causados por las rivalidades entre los clanes familiares y banderizos del reino.

A pesar de todo, debemos admitir que Navarra en general, y Pamplona en particular, salieron beneficiadas tras su reinado. En el caso de Iruñea, Carlos III inició las obras de su fantástica catedral gótica, después de que el anterior templo románico se hundiera de improviso en el amanecer del 1 de julio de 1390. A la muerte del rey, en 1425, se habían levantado ya las capillas y naves laterales, así como buena parte de la nave central, lo que da idea del impulso dado a la obra. Y no podemos olvidar que el propio rey fue enterrado en la catedral, en un sepulcro de alabastro esculpido por Jehan Lome, que es en sí mismo una de las cimas de la escultura gótica europea.

Con todo, la aportación más importante de Carlos III a la historia de Pamplona fue el denominado Privilegio de la Unión del 8 de septiembre de 1423, del que ahora se cumplen 600 años. Mediante dicho documento unificó los tres burgos medievales en una sola ciudad, con un solo municipio, un solo alcalde, un escudo, una bandera y un sello común, y ordenó además la construcción de una casa consistorial en el mismo lugar donde se encuentra la actual. Con el edicto de la Unión, Carlos III terminó con las sangrientas disputas entre burgos, que habían traído consigo interminables enfrentamientos, especialmente la total destrucción de la Navarrería a manos de los otros dos barrios, en 1276.

En un contexto más amplio, debemos considerar que el Privilegio de la Unión constituye el principio del final de la Pamplona medieval, y el inicio de su preparación para la entrada en la Edad Moderna como capital de un Estado europeo. Transformación que sería continuada, con mayor o menor fortuna, por sus sucesores, especialmente en tiempos de la reina Catalina I de Foix, cuando se terminó de edificar la primera casa consistorial (o jurería), se culminó la catedral gótica y se instaló en la ciudad la primera imprenta y un Estudio de Gramática. De este modo, podemos afirmar que, a punto de arrancar el siglo XVI, Pamplona contaba con los instrumentos necesarios para convertirse en una capital europea, abierta al Renacimiento, con unas instituciones modernas y unificadas, el germen de una futura universidad, una imprenta como instrumento de difusión de las ideas y la cultura, y una flamante catedral, equiparable a las más brillantes de Europa.

Pues bien, todos estos esfuerzos fueron torpedeados desde el primer momento por la monarquía castellana, que durante décadas alentó, sostuvo y subvencionó las guerras civiles del reino. Y que ante el fracaso de dicha estrategia terminaría por llevar a cabo la conquista efectiva del reino a partir de 1512, mediante la invasión militar ilegal y una guerra posterior que duraría 18 años. Con la conquista de 1512 murió el sueño de aquella Pamplona, capital de un Estado renacentista, para pasar a ser, durante cuatro siglos, una pequeña plaza militar de defensa contra Francia, ahogada por un cinturón de murallas que le impedía crecer, y situada en la periferia política del imperio.

Hoy, en pleno 2023, 600 años después de aquella fecha trascendental, nos encontramos que quien gobierna en Pamplona no muestra ningún tipo de compromiso con la historia de la ciudad. Hace apenas 6 años, en 2017, el gobierno municipal de izquierdas instaló, en el zaguán de la Casa Consistorial, una reproducción de aquel mismo escudo otorgado a la ciudad por Carlos III en el Privilegio de la Unión. En 2019, nada más recuperar la alcaldía, UPN mandó arrancar de la pared dicho escudo de Pamplona, y sustituirlo por el escudo de la dinastía Borbón. La actual alcaldesa, Cristina Ibarrola, podía haber revertido este agravio histórico, reponiendo el escudo cívico en el lugar que le corresponde, pero ha rehusado hacerlo. En vez de ello, ha invitado a los reyes de España a presidir el VI Centenario del Privilegio de la Unión. De esta manera, se da la dolorosa paradoja de que Carlos III, monarca navarro que inició la transformación de Pamplona en una ciudad moderna, capital de un Estado europeo, verá su homenaje presidido, precisamente, por el representante de la monarquía que torpedeó y arruinó dicho sueño hace ahora 510 años.

Termino. Con estos antecedentes, debe de haber ya quien crea que, cuando William Shakespeare dijo aquello de «Navarre shall be the wonder of the world», se estaba en realidad refiriendo a este tipo de desdichas, a este tipo de miserias. Y es que, mirado con ojo crítico, el nivel de mediocridad al que se está descendiendo hubiera debido rebasar hace tiempo, de largo además, las más pesimistas expectativas del bueno de don Guillermo...