Koldo LANDALUZE
CRÍTICA: «MISTERIO EN VENECIA»

Deducción entre penumbras

Kenneth Branagh ha demostrado ser muy inteligente en su tercera incursión en el imaginario de la simpar Agatha Christie al tomar como base una novela no muy conocida de la escritora británica (“Las manzanas”) y alterarla por completo, pero respetando al máximo tanto su estilo como sus códigos más reconocibles.

La principal virtud de este proyecto radica en el giro completo que ha dado en comparación con las dos entregas anteriores. En su esencia, “Misterio en Venecia” es una película que alterna el suspense y el terror gótico, pero jamás coquetea con el gore. No obstante, sí cuenta, en cambio, con un buen surtido de sustos escenificados en un decrépito caserón veneciano, lugar en el que se celebra una accidentada sesión de espiritismo a la que asistirá un variado grupo humano, entre ellos, el infalible detective privado Hércules Poirot.

Tanto la tensión como su atmósfera, de constante penumbra, refuerzan la verdadera intención de su trama: colocar en una tesitura muy compleja al detective belga, siempre afín a la lógica de sus células grises y que, en esta oportunidad, se enfrenta a un caso de gran complejidad para él porque lo paranormal y lo inexplicable asoman en cada rincón de la casa y trastocan por completo su obsesiva metodología deductiva.

Siguiendo las pautas de las anteriores “Asesinato en el Orient Express” y “Muerte en el Nilo”, Branagh ha contado en esta ocasión con un lujoso reparto plagado de rostros conocidos y vuelve a reservarse para sí mismo el flamante bigote del protagonista. Todo ello da como resultado un filme muy eficaz en su tratamiento visual y argumental, entretenido y que ha logrado eludir el peligro de haberse alejado un poco de la línea de sus anteriores trabajos, lo cual ha resultado muy positivo.