Albert NAYA MERCADAL

Viaje empotrado a Azerbaiyán en vísperas de la actual invasión

En vísperas de la actual y última ofensiva militar azerí contra Nagorno-Karabaj, GARA visitaba Bakú en un viaje organizado. El Gobierno del autócrata Aliev negaba crisis alimentaria alguna por el bloqueo del corredor de Lachin, la Cruz Roja azerí lo ponía en duda y un refugiado azerí que huyó hace 30 años rezumaba ansia de venganza.

Vista general de la opulenta capital azerí.
Vista general de la opulenta capital azerí. (Tofik BABAYEV / AFP)

En las calles de Bakú nadie se lo cree. «¿Hambre en Khankendi?» (Stepanakert para los armenios, la capital del Nagorno-Karabaj), se preguntan sus habitantes. «Todo es un show y lo utilizan políticamente», dice a GARA el portavoz presidencial, Hikmet Hajiyev. Y los días en la distante capital de Azerbaiyán transcurren tranquilos, pero entre alarmas de una nueva guerra, razón por la cual -según dicen- no dejan que los periodistas se acerquen a la zona para informar sobre el terreno. En cambio, al otro lado de la frontera, solamente miran hacia el corredor de Lachin: cerrado ese cordón umbilical que conecta Ereváen y Stepanakert -por unas fuerzas azeríes que quieren imponer su fuerza-, la región aguanta la respiración y el hambre.

En un encuentro con la prensa desplazada a Bakú, viaje financiado por el Gobierno azerí, el portavoz presidencial asegura que sus servicios de Inteligencia han visto, mediante drones, «una fiesta en una casa con piscina en Khankendi». Insiste en que las largas colas en la capital de Artsaj por conseguir un trozo de pan son obra de «la propaganda armenia» y que «la situación es ficticia». Hasta el presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja en Azerbaiyán, Novruz Aslanov, asegura que lo que ocurre en Artsaj es un misterio: «la realidad que hay ahí sigue siendo una incógnita, pero estamos preparados para lo que quieran», sostiene.

Pero el informe del exfiscal de la Corte Penal Internacional (CPI) Luís Moreno Ocampo es demoledor: el presidente Aliyev está cometiendo un «genocidio» al no permitir el paso de ayuda humanitaria por el corredor que comunica a los armenios a ambos lados.

El portavoz presidencial Hajiyev se escuda en que en Argentina, país de origen de Ocampo, existen «poderosos grupos de presión armenios», afirma, por lo que el letrado está condicionado.

Aún así, asegura que Azerbaiyán tiene una solución a las necesidades armenias mediante la ruta de Agdam-Stepanakert, una carretera dentro de territorio azerí de unos 20 kilómetros. Pero el paso no representa solución alguna para los damnificados, que exigen el corredor de Lachin a pleno rendimiento, tal y como se estipuló en el tratado de 2020, bajo la mediación de Rusia. Las fuerzas rusas deberían garantizar su cumplimiento, pero los militares azeríes bloquean el paso. Moscú justifica así que desde que se desató la crisis solamente hayan podido pasar algunos camiones bajo la bandera de la Cruz Roja.

MOVIMIENTO DE TROPAS

Cuando en diciembre de 2022 el corredor de Lachin fue ocupado por Azerbaiyán ante las fuerzas rusas, los armenios sabían que la suerte estaba echada. En primera instancia Bakú justificó el bloqueo por presuntos daños medioambientales dentro del territorio de Artsaj y para «defender a los manifestantes ecologistas». Luego aludió a un supuesto tráfico ilegal por el corredor que le estaría permitiendo a Ereván rearmar la zona. Ahora, reivindica el «principio de territorialidad» por el que puede permanecer en el corredor, puesto que Lachin fue recuperado en la guerra de 2020. Ahora es Bakú quien decide las entradas y salidas del territorio, y solamente dejará pasar la ayuda humanitaria por Lachin en caso de que también acepten la suya proveniente de la ruta desde Azerbaiyán, algo a lo que los armenios se han negado.

VENGANZA DE UN REFUGIADO

Son solamente cinco kilómetros de largo y apenas dos carriles, pero el nombre del corredor ha estado en boca de todos durante diez meses. En cambio, para un refugiado azerí como Akif, el nombre de Lachin ha retumbado en su cabeza en los últimos treinta años y le evoca recuerdos tan amargos como felices.

Nació y creció allí, pero en 1991 tuvo que huir ante la embestida de las tropas armenias. Ahora que ha podido volver a su hogar, este profesor jubilado afirma que el Gobierno de Bakú le ha brindado una nueva casa donde quiere morir y, quizá, ver crecer a sus nietos. No ignora que a pocos kilómetros de donde vive, otros malviven: sabe que no hay alimentos en los supermercados, ni medicinas en los hospitales, que muchos se desmayan por un trozo de pan o, según destaca a GARA uno de sus habitantes, que reservan los últimos veinte litros de gasolina que les quedan en su depósito para huir de los azeríes, si llega el momento.

Pero Akif, que sabe lo que es huir, no olvida ni perdona. Treinta años después, se encuentra en la situación opuesta y se mofa: «Si no aceptan nuestra ayuda, ¿será que no la necesitan?».