Kepa ARBIZU

Pablo Neruda, lírica y política

Medio siglo después de su fallecimiento, la figura del poeta chileno, además de significarse como una de las voces en verso más significativas de Hispanoamérica, es igualmente capaz de ser elogiada por el reputado crítico Harold Bloom como de haber logrado depositar algunas de sus estrofas en el saber popular.

Un coleccionista sostiene «Veinte Poemas de Amor y una canción desesperada», del poeta Pablo Neruda, dedicado a Gabriel García Márquez.
Un coleccionista sostiene «Veinte Poemas de Amor y una canción desesperada», del poeta Pablo Neruda, dedicado a Gabriel García Márquez. (EUROPA PRESS)

Cuesta imaginar, tomando como referencia las dificultades que encuentra la poesía actualmente para congraciarse con un público mayoritario que la percibe como un lenguaje hermético, que su origen se remonte a una tradición oral que aspiraba a propagar sus historias a través del acervo popular. Una conquista de la que muy pocos autores contemporáneos pueden alardear, siendo uno de los mejor acogidos por ese imaginario colectivo quien naciera un 12 de julio de 1904, en Parral, Chile, bajo el nombre de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto y “rebautizado” como Pablo Neruda. Una condición que si bien no es sinónimo necesariamente de excelencia artística, en este caso nos traslada hacia un escritor que, más allá de esa automática asimilación que se le adjudica a un contexto de afligida temática amorosa, ha sembrado todo un legado de versátiles acentos -algunos extraordinariamente manejados- capaces de llamar la atención de un igualmente heterodoxo público.

UN PRECOZ INSTINTO POÉTICO

El medio siglo transcurrido desde su fallecimiento, fechado el 23 de septiembre de 1973, impulsa una figura que, huérfano a los pocos meses de su madre, es trasladado hasta Temuco, donde llega de la mano de su progenitor, casado en segundas nupcias. Un entorno que quedaría incrustado en la memoria de aquel niño hasta el punto de ser evocado con asiduidad, especialmente en unos poemas iniciáticos que llegarían a una muy temprana edad, tras acabar sus estudios primarios e ingresar en la carrera de pedagogía en francés, decisión motivada por su empeño en aprender la lengua original de sus referentes. Primeras muestras de un incipiente talento que firma, ya con su icónico sobrenombre, a la edad de 19 años, el libro ‘‘Crepusculario’’, diseñado bajo el afán de jugar con el lenguaje al ritmo que impone el modernismo, de la mano de representantes como Rubén Darío o Vicente Huidobro. Aliviando algo esas correas estilísticas, pero sin abandonar un hondo sentimiento de melancolía, su trayectoria inmediata se topa con la obra que más reconocimiento le ha granjeado, ‘‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’’, a pesar de ser un escrito donde todavía se encuentra escudriñando horizontes donde aposentar su personalidad.

Un trayecto definido por una renovación formal, como indican los ecos vanguardistas reflejados en la novela ‘‘El habitante y su esperanza’’, ‘‘Anillos’’ o ‘‘Tentativa del hombre infinito’’, que demanda ser espoleada a través de vivencias más allá de su restringido radio de acción. Un ejercicio que podrá llevar a cabo gracias a una carrera de diplomático que le propicia un extenso itinerario con escalas tan dispares como Sri Lanka, Java, Singapur o Buenos Aires. Nomadismo que no amansa un espíritu doliente y desarraigado, pero que se levanta contra el ensimismamiento y los alardes técnicos para afrontar un proceso creativo que, inaugurado por el manifiesto que publica en la revista ‘‘Caballo verde’’ para la poesía, remite a una escritura “impura” que busca su raíz en suelo firme y desclasado. Fruto de esa concepción brotará una de sus cumbres creativas, ‘‘Residencia en la Tierra’’, insuflada por un ardor surrealista que llena sus páginas de imágenes y alegorías oscuras.

EL DESPERTAR MILITANTE

Si en dicha reformulación mucho tuvo que ver su amistad con Lorca, y por extensión su afinidad con la generación del 27, a la que se unió más íntimamente en su paso por Barcelona y Madrid, el estallido de la Guerra del 36 y el consiguiente asesinato del granadino enciende en él la necesidad de posicionarse “hasta mancharse”. Una etapa que nace al son del aldabonazo que supone su escrito, aparecido sin firma en el ‘‘Mono Azul’’, ‘‘Canto a las madres de los milicianos muertos’’. Una solidaridad con el bando republicano que ademas de manifestarse en tareas diplomáticas, lo que le costaría su expulsión del puesto, y logísticas, se visibilizaría en su libro más reivindicativo y airado, ‘‘España en el corazón’’. Una apertura a su compromiso personal y artístico que tendría continuidad en su propio territorio, saliendo electo como senador por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, aupado por el apoyo de un partido comunista al que se enrolaría poco después.

Es precisamente bajo esa militancia cuando acepta la labor propagandística de la candidatura de Gabriel González Videla, que aglutinaba a unas fuerzas progresistas a las que tras conquistar el poder daría la espalda y perseguiría. Una represión vivida en primera persona por Pablo Neruda, obligado al exilio y a vagar por diferentes localizaciones.

Es durante esa época atribulada, que le sitúa por obligación alejado de sus fronteras, cuando se gestará su obra cumbre, ‘‘Canto general’’, un libro editado en México y clandestinamente en Chile, que contiene casi 250 poemas divididos en quince apartados. Un formato que delata su aspiración enciclopédica, pese a surgir como un homenaje a su tierra natal que devino en una extensa cartografía sobre la historia de Latinoamérica, desde sus orígenes hasta sus luchas contemporáneas. Un ambicioso y variado proyecto al que supo dotar de unidad y, sin desembarazarse del tono social, eludir las grandes epopeyas para mirar a la cotidianidad, un acompañamiento al sustrato mundano que realiza bajo un lenguaje y ánimo popular e indigenista. Osado y descomunal resultado donde probablemente resida su mayor mérito a la vista de los encargados de otorgarle, en 1971, el Premio Nobel de Literatura.

REBELDE DESPUÉS DE MUERTO

Si hasta ese momento su carrera había caminado pausada, la periodicidad de sus escritos se va a transformar en mucho más ágil. Una catarata de publicaciones que parecen señalar un destino que logre desacralizar el propio ejercicio de la escritura y su propia figura, a pesar de que en su primer peldaño, el muy apreciable ‘‘Los versos del capitán’’, mantendrá su puño en alto, aunque decorado de pasajes amoroso.

A partir de ahí, los usos y costumbres, la evocación del pasado y un ambiente más onírico se impone en obras posteriores, como ‘‘Odas elementales’’, que derivan en el que probablemente sea su último testamento de altura artística, un ‘‘Estravagario’’ que, encomendado a la ironía -teñida de nostalgia- y la sencillez, se manifiesta como el merecido descanso del guerrero que llega a su morada exhausto y solo anhela un mañana plácido y sin ostentosas preocupaciones.

A partir de ese momento, y obviando publicaciones póstumas relevantes, como las memorias ‘‘Confieso que he vivido’’, su perfil de escritor se disgrega, aunque no aminora la marcha, entre eventos públicos que, desde su reencuentro con Chile tras el exilio, no han dejado de agasajarle.

Si su actividad literaria no se evapora tampoco lo hace la política, y pese a rechaza ser candidato al gobierno apoya la campaña del posteriormente triunfador Salvador Allende. Sus últimos años dedicados en buena parte a la labor de “embajador” cultural, haciendo de su palabra un gesto de conciliación y hermandad, sería la antesala a un definitivo desenlace que le llegaría en la capital, Santiago. Una muerte fechada pocos días después del golpe de Estado del general Augusto Pinochet, como si hubiera decidido claudicar, tras intensos años de combate, a observar un nuevo rostro del horror.

Un punto y final que, sin embargo, se ha negado a permanecer silenciado, ya que nuevas informaciones señalan que el motivo de su fallecimiento pudo no ser consecuencia de un cáncer de próstata, sino de un envenenamiento, haciendo que incluso desde la tumba, el poeta chileno siga siendo insumiso a la verdad oficial. Porque Neruda fue, y es, inspiración para los corazones abatidos, soflama incendiaria para quien aspira a no desfallecer en la lucha y también acicate para los que gustan de curiosear entre los diversos universos que conviven tras el lenguaje. Todos ellos son diferentes y a la vez el mismo, aquel que emociona desde el susurro nocturno o camuflado entre el furor multitudinario.