Itziar ZIGA
Escritora y feminista
JOPUNTUA

Correctoras de mujeres

Llega el frío, una se cubre con sus pingos de peluche, y podría suponerse que las impertinencias callejeras, igual que las ardillas o los abejorros, cesan por hibernación. No del todo. Eso sí, el mundo es un contrasentido, la misma mañana das calor a unos y frío a otras. Lo de soflamarse los machos ante un escote, a estas harturas no hace falta ni entrar en detalle, pero, ¿y esas señoras que, ante el mismo avistamiento mamario, me aseguran que les baja la temperatura corporal? Parece un superpoder, pero no me sirve para nada, aparte de comprobar otra vez el efecto de siglos de aterradora dominación católica sobre el comportamiento entre mujeres. A veces ese «qué frío me das», va acompañado de una sonrisa, a veces hasta intentan taparme un poquito, pero la tela no da. Entonces detecto complicidad, que es lo contrario a control, y yo amo la complicidad entre señoras, pero suele haber amonestación; lo constato cuando les respondo sin enfadarme, y ellas me la devuelven enfadadas. O solo con la despectiva mirada: tápate y cállate, puta. Entre el rosario de impertinencias que me han dedicado otras mujeres por la calle, ahora tengo una favorita: «disculpe, está enseñando eso». Imaginen qué era eso.

Mis tropezones con las guardianas de la decencia femenina serían únicamente divertimentos, si detrás no hubiera una espantosa historia de vigilancia, encierro y tortura sobre las vidas de las descarriadas para tenernos controladitas a todas. De la caza de brujas nos viene la feminidad delatora, la mejor manera de no ser señalada como bruja, era señalar antes a otra. A la hoguera o a la galera. Las galeras eran prisiones especiales para mujeres pobres que no se comportaban decentemente. Pero no es algo tan remoto, no. Durante todo el franquismo y parte de la transición, acababas esclavizada por monjas sádicas durante años a través de una siniestra institución de la que nunca nos han hablado, El Patronato, para la que trabajaba toda una red de chivatas seglares. Solo en 1965 mantuvo cautivas a 41.355 mujeres en el Estado, no por haber cometido un delito, sino por haber probado el pecado.