Koldo LANDALUZE
DONOSTIA
NAPOLEÓN

Un espectáculo que alterna la épica y las distancias cortas

La epopeya cinematográfica sobre Napoleón Bonaparte de Ridley Scott se erige como una oda fragmentada dedicada a uno de los personajes más icónicos de la historia del Estado francés. Antes de su colisión con la crítica gala, se filtró que la duración original superaba las cuatro horas, un detalle que hizo temblar a la productora Apple TV y forzó una poda radical al metraje. La película, en su cierre, desliza las últimas palabras del emperador: «Francia, ejército, Josefina». Estas tres palabras encapsulan su vínculo con el país, su obsesión con la grandeza militar y su amor por Josefina, a pesar de su dolorosa separación debido a su incapacidad para parir un heredero. Este enfoque rompe el pedestal que sustenta la figura del líder, reflejando sus muy diversas facetas.

El metraje abarca desde las intrigas políticas de la posrevolución francesa hasta las encarnizadas y espectaculares batallas, secuencias en las que Scott muestra su maestría, pasando por el drama íntimo de su relación con el fascinante personaje que interpreta Vanessa Kirby. Esta relación fortuita resuena en su ascenso al trono y en la conquista de Europa, hasta el enfrentamiento contra el implacable invierno del Imperio Ruso. Joaquín Phoenix, en una interpretación contenida, carga con el peso del personaje. Su Napoleón es un enigma tras una máscara impenetrable; su silencio revela megalomanía, astucia táctica e incluso excitación, “Napoleón” es un espectáculo de corte clásico, pero incluye de manera consciente y medida elementos que provocan la risa. Es un proyecto complejo y de gran ambición, no quiere ser una clase de historia y en algunas fases puede resultar un tanto irregular, pero es posible que ellos sea fruto de los tijeretazos que sufrió en la sala de montaje.