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JOPUNTUA

Cuando muere el monstruo


La canción “¡Ding-dong, la bruja ha muerto!”, cantada por Judy Garland en la película original de “El Mago de Oz”, se convirtió en un himno en el año 2013, con motivo de la muerte de Margaret Thatcher. La proverbial mala hostia de las Islas Británicas unió a ingleses de izquierdas, escoceses, galeses e irlandeses para aupar la canción en las listas de éxitos (fue número 1 en Escocia y 2 del Reino Unido) y hacer saber al mundo entero que la «vieja bruja malvada» se había ido al infierno. El jueves pasado expiró Henry Kissinger y seguramente hubo quien echó de menos una pieza musical que cante «Ding-dong, el monstruo ha muerto».

La convención social recomienda no meterse con los fallecidos, sobre todo cuando están aún calientes. Mirar para otro lado, casi perdonarlos. Recordar siempre los aspectos positivos de un finado, por muy cabrón que fuese, por mucho que haya destrozado la vida a los pocos que tuvieron la mala suerte de estar a su lado o, aún peor, a los millones que sufrieron decisiones sádicas y viles.

De Kissinger uno puede decir que tuvo una inteligencia prodigiosa para las relaciones internacionales. Y sería cierto. Pero es feo ocultar que el objetivo de tal intelecto fue extender el dominio americano por el mundo y, las consecuencias, millones de vidas arrebatadas y dictaduras por doquier. Lanzó bombas racimo en Camboya y Laos, estuvo detrás de los golpes de Estado y la represión militar en Chile y en Argentina, practicó la tierra quemada en Vietnam.

Recordar cómo de mal tipo fue el hombre que habitó ese cadáver es de justicia. Un deber ético con sus víctimas, con la verdad histórica, con el propósito de no repetir los errores del pasado. Pero hay algo más. Cantar las cuarenta al muerto, exponerlo, vilipendiarlo, también tiene su puntito de placer humano, de revancha plebeya. Cuando se dice que la muerte nos iguala a todos, es justo por esto. Porque el que siempre ha estado pisado, el que ha tenido que aguantar que le escupan en la cara, puede por fin permitirse un salivazo en dirección contraria y murmurar un «hasta nunca».