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VISITA A LA INSTALACIÓN ATÓMICA

En el corazón de Garoña, zona de contención nuclear

GARA ha accedido a la central nuclear de Garoña, que se encuentra en fase de desmantelamiento. Ha podido ver «in situ» la zona de contención, donde se ubica el reactor, la piscina y las turbinas, así como el Almacén Temporal Individualizado, donde permanecerán los residuos radiactivos de la instalación hasta 2073.

De izquierda a derecha, el edificio principal de la central nuclear de Garoña, un operario toma mediciones de radiación en la zona de turbina e imagen de la piscina de la instalación atómica. (Endika PORTILLO | FOKUA)

Casco, buzo, guantes, zapatos, gafas, una capucha que recuerda al Snoopy Cap empleado por los astronautas y el dosímetro fijado al bolsillo. Todo listo para acceder a la zona de contención de Garoña, que se prepara para un largo proceso de desmantelamiento a cargo de la sociedad pública Enresa, que ha abierto las puertas de la instalación nuclear a los medios de comunicación.

El viaje a la central, parada en 2012, comienza temprano, a las 8.15. Partimos desde Gasteiz hacia Miranda de Ebro, y de ahí tomamos la carretera que va hacia Lantarón. Cruzamos Fontecha y las curvas del embalse de Sobrón para salir al Valle de Tobalina, en el norte de Burgos. Se abre un paisaje dibujado por montañas y bosques, separados por el meandro del Ebro. La imagen de postal apenas dura unos minutos. Pronto vemos la chimenea de la planta y el edificio de hormigón que alberga el reactor, idéntico al de Fukushima.

A las 9.10 cruzamos el puente y llegamos al acceso, donde una agente de seguridad nos identifica. Dejamos atrás las primeras verjas, coronadas por alambre de espino, y aparcamos. En la entrada principal nos volvemos a identificar, firmamos el papeleo de rigor y nos ciegan con cinta roja las cámaras de los teléfonos móviles.

Nos dirigen a la sala de prensa, un pequeño salón de actos donde nos esperan María Pérez, directora de Sostenibilidad y Comunicación de Enresa, y Manuel Ondaro, director de Garoña y encargado del desmantelamiento de la central. Una labor en la que está experimentado, ya que participó en el desmontaje de Valdellos I (Tarragona) y de Cabrera (Guadalajara).

«Cada central es diferente y hacemos un traje a medida para cada una», explica, antes de dar paso a un vídeo que resume las dos fases del desmantelamiento. La primera, que se prolongara durante tres años, se centrará en la gestión del combustible gastado y en el reacondicionamiento del edificio de turbina, necesario para abordar la Fase 2, en la que «comenzaremos con los trabajos más relevantes».

Se refiere al desmontaje de los «grandes componentes», en alusión a la vasija y al evaporador. Después se descontaminarán las paredes de los edificios para demolerlos de forma convencional y en la etapa final se hará una vigilancia radiológica del emplazamiento, que en diez años será devuelto a Nuclenor, «el propietario».

El coste total de las obras superará los 600 millones de euros, incluyendo la construcción del Almacén Temporal Individualizado (ATI), erigido junto a la central, en una explanada a cielo abierto, para albergar los residuos más peligrosos. Permanecerán en el valle durante décadas, hasta 2073, fecha en la que debería estar en funcionamiento el Almacén Geológico Profundo (AGP). A día de hoy ni siquiera está definido su emplazamiento.

Preguntado por este periódico, Ondaro señala que Nuclenor, participada por Endesa e Iberdrola, no pagará el desmantelamiento de una planta que le ha generado copiosos beneficios durante décadas: «Cuando se transfiere -la titularidad- todos los costos los gestiona Enresa a través de un fondo que permite ejecutar todas las tareas que están reflejadas en el Plan de Gestión de Residuos Radioactivos».

Al finalizar la rueda de prensa nos separan en grupos y accedemos al perímetro en el que se levantan los edificios que forman el complejo, no sin antes pasar dos controles de seguridad y haber recogido los equipos de protección individual (EPI) correspondientes: casco, gafas, chaleco, calzado y medidor de radiación.

Nos dirigimos al vestuario del edificio principal, un bloque gris con el símbolo de Nuclenor. Cogemos los EPI específicos para poder acceder a la zona de contención, donde está el reactor, la turbina y la piscina en la que se almacena el combustible. Nos volvemos a cambiar de zapatillas, y nos ponemos un buzo, capucha y guantes. Sin olvidar el casco y las gafas.

ZONA DEL REACTOR

Con todo el equipo bajamos las escaleras y caminamos hacia la zona de contención. Introducimos el medidor en una máquina y emprendemos la marcha hacia el corazón de la central a través del pasillo que separa dos zonas: turbina y reactor. Accedemos a esta última a través de una esclusa. La presión es diferente por motivos de seguridad. A simple vista parece una instalación industrial común. Pero algo la diferencia. Un mensaje, escrito en el suelo y en las paredes: «Zona controlada de permanencia limitada».

Pasamos ante la puerta blindada del reactor, inactivo desde diciembre de 2012. En su día era capaz de generar 460 MW hora. Se trata de una pieza clave en el desmantelamiento, contaminada tras cuatro décadas de actividad nuclear. Apenas paramos unos segundos antes de coger un ascensor para subir a la zona de la piscina. Tiene once metros de profundidad y en ella reposa el uranio utilizado desde 1971. Unos metros nos separan del combustible nuclear. Una capa de agua azul intensa actúa como barrera. El efecto Cherenkov.

El combustible nuclear se guardará en 49 contenedores de grandes dimensiones que posteriormente serán depositados en el ATI. Ya hay un contenedor lleno, y a partir de enero Enresa llenará otros cuatro.

Junto a la piscina hay varios inspectores de Euratom, la Comunidad Europea de la Energía Atómica. Están realizando una inspección de la central, también sometida a la vigilancia de otras agencias internacionales y estatales, como la Organización Internacional de la Energía Atómica, o el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN).

ZONA DE TURBINA

Abandonamos la estancia. El medidor de microsieverts sigue en 0, pero no por mucho tiempo. Entramos en la sala de turbina, o, mejor dicho, turbinas. Eran las encargadas de generar electricidad gracias al vapor radioactivo que emanaba del reactor. Hay que desmontarlas para transformar la estancia, similar a un polideportivo, en un espacio auxiliar donde gestionar los residuos. Parte del material se podrá reciclar en Industria, y el resto se enviará a El Cabril, en Córdoba, donde hay un centro de almacenamiento de residuos de baja y media intensidad.

Al salir de la estancia compruebo que el medidor de radiación se ha movido. Marca un microsievert. Que no cunda el pánico. Según los datos del propio CSN, es una décima parte de la dosis que recibiría una persona en un viaje en un avión de reacción entre Madrid y Londres. El propio González señala que una persona puede recibir una dosis veinte veces superior en un vuelo de Madrid a Nueva York.

Nos dirigimos a la salida de la zona de contención. Todo sigue un protocolo. Primero hay que limpiar el calzado, con vapor y jabón. Después retirar el casco, capucha y traje sin tocar el exterior. Y por último los guantes. Todo se arroja en unos contenedores. Y después toca limpiarse las manos. El último paso, la máquina que comprueba que no haya radiación. Entras, colocas pies, brazos y pegas el cuerpo a los sensores hasta que una voz te dice que está limpio. Sin radiación.

Salimos al exterior y caminamos hasta la explanada en la que se ubica el ATI. Toca volver a pasar un control, y encender de nuevo el medidor. Ondaro explica desde la valla los pormenores de la instalación, de 90 por 70 metros. Cuenta con dos losas antisísmicas de 40 por 20 metros, en las que se colocarán 55 contenedores, 49 con el combustible gastado y seis con residuos de alta intensidad. Llama la atención que los contenedores se depositen a cielo abierto. Muy cerca de las aguas del río Ebro. El director insiste en la seguridad, y afirma que este tipo de instalaciones no suelen estar cubiertas. Los residuos radiactivos permanecerán allí, durante décadas, a la espera de que se construya el AGP.

La visita finaliza en la sala de control. Dos operarios vigilan los sistemas. En concreto, los datos referentes a la piscina, la radiación, los posibles incendios y los contenedores del ATI. Controlan los últimos latidos de una central que afronta sus últimos años de vida. Una etapa final que llegó gracias a la movilización social y a la presión política. Iniciativas como Araba Sin Garoña trabajaron de forma incesante para echar el cierre de un planta que se acopló al sistema eléctrico el 2 de marzo de 1971 y se desconectó en 2012.