Txoli MATEOS
Socióloga
JOPUNTUA

Lo vamos dejando

Debería dejar el café?» le preguntó a la foniatra una mujer cuyos problemas digestivos le estaban afectando a las cuerdas vocales. «Chica, no lo dejes, porque lo vamos dejando, lo vamos dejando... y dejamos de vivir», le contestó esta.

Esa es la dinámica de mucha gente al llegar a una cierta edad: dejarlo. Dejar de viajar, dejar de conducir, dejar de quedar con los amigos, dejar de comprometerse políticamente… y construirse una burbuja donde, curiosamente, la única información que consigue traspasarla es la relativa a las dietas supuestamente saludables, que nos van a salvar de la enfermedad y la muerte, y a lo insegura que es la sociedad moderna. Fuera de nuestra zona de confort, no hay más que peligros. Nos alarman el frío, el calor y hasta la erupción de volcanes, aunque los fenómenos se estén dando a miles de kilómetros de donde vivimos. El miedo se instala en nuestras vidas. Y nos adelantamos tanto a lo que puede pasar, que nuestro miedo a la muerte se convierte en miedo a la vida. Y que conste que no propongo la hiper-actividad o el desfase cotidiano como formas de vida. Es más, reivindico el derecho al silencio, a la soledad y a la quietud, algo que puede ser privilegio de una minoría.

Hoy en día, se habla, por ejemplo, de la sociedad del cansancio, producida por la ultraproductividad del sistema capitalista, o de la sociedad líquida, en la que las instituciones y relaciones sociales son efímeras, no sólidas. Ayer le oí decir a una señora que, viendo las noticias, tenía la sensación de que se iba a acabar el mundo. Deberíamos reflexionar más sobre la sociedad del miedo. Y no estoy hablando de la mafia calabresa o de la masacre de la población en Gaza. Estoy hablando del catastrofismo existencial que nos acecha precisamente a los que mejor vivimos.

Del miedo a la vida no sale nada bueno, ni creativo, ni transformador. De ese sentimiento se alimenta el conservadurismo, la xenofobia, la desconfianza generalizada y, sobre todo, la tristeza.